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27 de marzo de 2015

El palacio del tonto


Twitter nos permite ver por dentro a un imbécil sin necesidad de abrirlo en canal

AMPLIARTWITTER es algo parecido a una máquina de rayos X: nos permite ver por dentro a un imbécil sin necesidad de abrirlo en canal. Un rápido vistazo a las disquisiciones de determinados individuos retrata sus características esenciales, su simpleza o su complejidad, su hondura reflexiva o su desatado fanatismo. Consigue, asimismo, que una buena parte de individuos desprecie las consecuencias que pueda tener su esfuerzo por ser original, borde o pretendidamente hiriente: les da exactamente igual provocar desprecio u odio. Cuando se produce un accidente como el que ha costado la vida a 150 personas en los Alpes franceses, hay un magro grupo de personas que no puede resistir la tentación de hacerse el gracioso o el agudo manejando mensajes absolutamente despreciables. Es sentirse «enfant terrible» por unos momentos. Lanzan la bola y calientan las respuestas, alguna de las cuales también son inconcebibles. El hecho de que buena parte de los pasajeros españoles que viajaban en el maldito avión fueran catalanes excitó el arte creativo de unos cuantos individuos, los cuales expresaron su alegría por el hecho mismo de la desaparición y estallido en pedazos de todos ellos. De momento podríamos calificar tales comunicados como perfectos ejemplos de mal gusto, inoportunidad o insulto gratuito, pero seguramente son algo más. Los tuits reproducidos son, evidentemente, obras de malas personas: has de ser un mal nacido («mal parit» en el uso coloquial catalán) para bromear con la muerte trágica de un puñado de personas y alegrarte de su desgracia sólo por la peculiaridad de su origen. Afortunadamente, este tipo de desvergüenza es cada día menos impune y puede acabar costándole un disgusto a su autor. Se le puede acusar de varias cosas, pero una de ellas es de materia penal y normalmente causa dolores de cabeza, de lo cual muchos nos alegramos.

AMPLIARLas redes sociales han destapado a aquellos poseedores de estulticia industrial, sí, pero algo me dice que los ha habido siempre y que los seguirá habiendo: serán tan habituales como las amapolas en las cunetas y las alondras en los sembrados. Otro caso es el de los estrategas de la política. La muy sorprendente Beatriz Talegón, ese perfecto ejemplo de lo trascendente y conocido que puede llegar a ser un sandio merced a la política, quiso lucir su perfil mas social, mas indignado, mas reivindicativo y no tuvo otra ocurrencia que escribir su irritación por el hecho de que las víctimas del accidente consigan que el Gobierno decrete tres días de luto oficial y, en cambio, las de la hepatitis C no. Alguien le habrá dicho, supongo, que el juego de comparación de víctimas no pertenece a la esfera de lo inteligente, pero nada parece parar esa suicida tendencia que tienen algunos a mostrar la debilidad de su pensamiento. Eduardo Garzón, asesor de eurodiputados en Bruselas y hermano, al parecer, de la gran esperanza blanca del leninismo español, Alberto Garzón, elaboró un tuit en el que se lamentaba de cómo esta maldita sociedad capitalista es capaz de sacrificar vidas de inocentes por no invertir lo necesario en seguridad aérea. ¡Y sólo habían pasado un par de horas del accidente! Si a esas alturas los especialistas no eran aún capaces de conocer los pormenores del accidente, si toda especulación era inadecuada y si la investigación avanzaba cauta debido a lo endemoniado del lugar, ¿cómo es posible que este protopensador achaque la causa del desastre a la falta de inversión en seguridad de una compañía aérea despreocupada y rapiñosa? Pues no se sabe, pero para este necio sectario sólo hay una explicación, y es la de que el capitalismo es culpable (como todo el mundo sabe, en la URSS no se caían aviones...).

Los tontos crecen como la maleza. Un tonto no tiene límites, y en el Twitter ha encontrado su paraíso. El Palacio del Tonto.

 


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