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19 de julio de 2002

Ahora, el Rey


Tal vez sea hora, Señor, de materializar uno de sus más constantes deseos desde que Su Majestad es Jefe del Estado: visitar en condición de tal los territorios de Ceuta y Melilla.

Ignoro si resulta políticamente incorrecto, internacionalmente inoportuno o estratégicamente contraproducente, pero los ciudadanos españoles de ambas Comunidades merecen la oportunidad de verse respaldados por la primera autoridad de la Nación.

Es hoy el día en que ningún gobierno ha considerado pertinente que el Rey visite la totalidad del territorio nacional, no se sabe si en un intento de evitar males mayores o como muestra de una manifiesta dejadez política: lo cierto es que, tanto melillenses como ceutíes muestran una indisimulada sensación molesta por el hecho de ser considerados poco menos que como los familiares de los que nunca hay que hablar.

Siempre que ha surgido el argumento de la visita del Jefe del Estado a los territorios del norte de África no han faltado las voces que han argumentado que el mejor favor que podía hacerle el Rey a los españoles de ambas ciudades es no visitarles: han sido las voces que han venido manteniendo el, a veces, demasiado escrupuloso trato que han deparado a la monarquía marroquí. Disculpe, Señor, pero hay primos o hermanos que mejor que dejen de serlo.

La maniobra del recién casado y su corte de incensarios ha topado, felizmente, con un Estado en condiciones y con un Gobierno sereno y firme. Tal vez el monarca comendador considerara que las diversas muestras de sedición y traición política que vive España como consecuencia de las políticas de los nacionalistas y sus mariachis debilitaran a su vecino hasta una situación semejante a la de 1975, cuando un Estado agónico y un gobierno desorientado y superado por los acontecimientos dobló la cerviz ante el osado órdago de Hassán. Esta vez no.

Ni "Mojamé" es Hassán, ni esta España democrática y sólida es aquella pantomima de país aislado que fenecía a la par que su General. O los marroquíes son excesivamente ingenuos o, por el contrario, son de una audacia sorprendente si pretenden establecer cabezas de puente con maniobras como la presente que, a excepción de estólidos como el extravagante Puigcercós -de Erc- y la estrábica Lasagabaster -de EA-, han puesto de acuerdo a todas las fuerzas políticas españolas.

La acción militar, rápida y discreta -como no podía ser de otra manera- ha devuelto confianza a la ciudadanía en un Estado que ha ejercido de tal y ha dejado en evidencia a los políticos miserables que son capaces de desentenderse de los intereses nacionales en función de baratos dogmas antigubernamentales.

El espectáculo posterior a la recuperación de la integridad del territorio nacional por parte de las fuerzas especiales aún no ha concluido: echo en falta una demencia de Arzalluz diciendo aquello de «que nos vayamos preparando los vascos porque esto es un anuncio de lo que quieren hacer con nosotros», o cosas por el estilo. Claro que nunca hay que desesperar. Ya llegará el domingo.

Pero volviendo, Señor, a lo que nos ocupa: debo serle sincero y hacerle saber que somos muchos los que creemos que es el momento de un gesto de Su Majestad. Ceuta y Melilla llevan más de veinticinco años esperándole. Lo hacen desde la más absoluta de las lealtades y desde el afecto más sincero. El resto de los españoles les debemos el reconocimiento que merecen los que padecen el síndrome de insularidad y de singularidad. Se sienten olvidados y tienen sus razones: ante el acoso y las continuas bravatas de las soberbias autoridades marroquíes sólo reciben -y no siempre- buenas palabras que casi nunca llegan personalizadas en ningún Ferry.

Es ahora, Señor, ahora. Me consta que no sólo es una decisión que dependa de Su Majestad, pero que<


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