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19 de septiembre de 2014

Deportistas catalanes y la selección


Poco importa que los hermanos Gasol hayan dado hasta el último aliento por su equipo año tras año

ES un asunto que encabrona mucho a muchos. O a bastantes como para que, quienes lo protagonizan, no tengan más remedio que ser particularmente delicados. Los jugadores de la selección española de cualquier deporte que provengan de Cataluña tienen que mantener un exquisito equilibrio entre su entusiasmo, su dedicación y entrega y una indudable catalanidad gestual que les permita ser disculpados por los más integristas de su comunidad, cifra que crece en progresión geométrica como bien sabemos. Los cada día más abundantes ayatolás del independentismo ven con malos ojos que un deportista catalán participe con la selección y que, además, lo haga con éxito: los más integristas les exigen que renuncien a ello y los supuestamente tolerantes resoplan por dentro lamentando que esos jóvenes encuentren interesante consagrarse mundialmente con los colores españoles. Todos los deportistas catalanes que han formado parte de las selecciones españolas han participado entregándose al cien por cien, de eso no hay duda. A ninguno de ellos se les puede reprochar un mal gesto, una apatía sospechosa o una mala relación con sus compañeros consecuencia del origen de cada uno. Ni siquiera quien de forma más diáfana reclama el «derecho a votar» de los catalanes, Josep Guardiola, puede ser reprochado en ese sentido: dio lo mejor de sí y siempre afirma que resultó un gran honor para él haber jugado con esa camiseta. Ha bastado, no obstante, que los hermanos Gasol, especialmente el «pequeño», manifiesten su deseo de ver a los catalanes votando sobre su «futuro» para que se despierten iras incontroladas en diferentes ámbitos de aficionados. Si se añade a ello que los hombres del basket no completaron las expectativas exitosas que tenían atribuidas, la ecuación se completa con cierta facilidad por los más dispuestos a atribuir a la falta de sentimiento patrio todo fracaso deportivo. Poco importa que los hermanos Gasol hayan dado hasta el último aliento por su equipo año tras año: dejarse llevar por la corriente omnipresente en la Cataluña oficial y desmarcarse de todo ello diciendo que sí, que votar es muy bueno y que qué felicidad que los catalanes puedan decidir qué quieren ser de mayores y bla bla bla. A pesar de todo, ese será poco alimento para los que, desde Cataluña, hubieran querido ver a los dos hermanos orinando en la bandera española expeliendo además venablos inaudibles sobre España y los españoles. Eso no ha pasado ni pasará: en una próxima convocatoria acudirán de nuevo y darán todo de sí para obtener éxitos para la colectividad. Y eso es lo que importa.

Y qué decir de Gerard Piqué. Acudió con su hijo a la manifestación de la Diada, cierto. Multitudinaria, todo sea dicho. Pero también ha acudido una y otra vez a la convocatoria de la Selección Nacional de Fútbol, y en todas las ocasiones, más allá de sus aciertos o errores, ha dado lo mejor de sí mismo. Pero para los más cafeteros resulta incompatible estar en la performance catalanista del 11-S y ocupar la plaza de central en el combinado nacional. Creo sinceramente que es un error: una válvula de salida como la presencia en una tarde festiva y reivindicativa no debe privarnos del concurso de un jugador de primer nivel como Piqué. No es tan fácil aislarse de la atmósfera caliente y de la ocupación total del espacio público del mensaje sufragista y consultivo, tan aparentemente respetable. Son jóvenes, se suman a ello de forma poco reflexiva y bastante emocional y tratan de quedar bien con todo lo que les rodea. En contra de los que exigen pureza inequívoca de mensajes y comportamientos, me atrevo a sugerir que nos conviene un colectivo nacional al que acudan todos con ilusión y ganas sin necesidad de excesivas fiebres identitarias. A ver si además de perder los dos últimos campeonatos de verano perdemos también el buen ambiente.

 


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