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25 de julio de 2014

Las balanzas y Valls


Hay un claro líder español de la izquierda europea, pero da la puñetera casualidad de que es francés. Ya es mala suerte

AMPLIARDOS alivios no trágicos del marasmo preagosteño. Uno, la absurda publicación de las Balanzas Fiscales; otro, la visita del inesperado y refrescante talento de Manuel Valls. Las reclamadas balanzas no dejan de ser una obviedad que de puro consecuente se transforman en cuento de las mil y una noches. Primero: pagan los ciudadanos, no los territorios. Segundo: de donde más hay suele desviarse adonde hay menos. Menuda novedad. ¿Dónde está la sorpresa en que los territorios en los que viven ciudadanos con más renta sean menos atendidos que aquellos en los que viven personas que ganan menos? Es cierto que algunos casos merecen atención y que algún efecto corrector puede aplicarse a la luz de los datos, pero ¿a quién extraña que el gobierno del Estado destine más inversión en territorios como Andalucía (más grande y más poblada) que en otros como Cataluña? España, como bien le gusta recordar al exministro Borrell –que alguna lección le ha dado a alguna comisaria política disfrazada de periodista–, es el único país que publica tales movimientos de gastos e ingresos, y es el único en el que se debate acaloradamente en la confusión perversa entre territorios y ciudadanos. Todos se llevan las manos a la cabeza, todos se lamentan y duelen –a excepción de vascos y navarros por la cuenta que les trae–, pero todos saben que compartimentar la recaudación y la inversión es un proceso endiabladamente difícil en el que es casi imposible salir bien parado. ¡Si hasta la presidenta de la Junta de Andalucía eleva sus quejas! ¡Con lo callada que debiera estar después de recordarle que fue su amado Zapatero el que pactó la publicación de la Balanzas con los nacionalistas de su tiempo, que son los mismos cuentistas de siempre!

Menos mal, no obstante, que ha venido a alegrarnos el verano Manuel Valls, español de origen catalán, francés de naturalización, que ocupa la nada desdeñable posición de primer ministro de Francia y Gran Esperanza Blanca –con perdón– de la izquierda vecina. A Valls difícilmente se le hubiese ocurrido publicar balanza fiscal alguna, entre otras cosas porque en Francia la cuestión territorial ocupa planos muy difusos. Pero a falta de alguna manifestación acerca de una cuestión tan española como el reparto de la inversión por territorios, ha dejado perlas que supongo servirán de guía y referencia para la desnortada izquierda española, tan llena de arribistas y demagogos. Ha dicho Valls todo lo que le habría correspondido decir al nuevo y flamante secretario general del PSOE y que no ha dicho por pacato, posturero y tactista menor. De momento ha dejado claro a los que desde Cataluña esperaban que fuera cómplice de sus ensoñaciones independentistas, que toda aventura semejante es un debilitamiento local y general de la Europa que se construye día a día. Entiendo el disgusto de aquellos que habían puesto en un barcelonés del bello barrio de Horta todas sus esperanzas internacionalizadoras del proceso independentista: es un palo muy severo que no se apunte a la fiesta, pero es lo que hay. Fíjense en la contrariedad: Hay un claro líder español de la izquierda europea pero da la puñetera casualidad de que es francés. Ya es mala suerte.

Y ha dicho más: a los franceses les da igual si es la izquierda o la derecha quien le arregla los problemas, lo importante es que les solvente el grave estado de sus cuentas, su déficit y todo el empantanamiento que les dejó –dice– la derecha francesa. Y ha mostrado un alarde de pragmatismo que ya quisieran de lejos imitar sus correligionarios españoles. Valls es la gran figura de la próxima izquierda europea y encarna el modelo de gestión del futuro inmediato, ese que no huelen todos los cuentistas de aquí, que están perdiendo el tiempo en dialécticas de revoluciones rancias y en dar pábulo a Robespierres de salón. Que tomen nota.

 


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