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27 de junio de 2014

El expediente Meyer


Yo lo siento por Meyer, que es inocente hasta de lo que él mismo se culpa. Pero esta izquierda es así

CONVIENE aclarar desde la primera línea, antes de que revienten de tensión los que presupongan de las siguientes una defensa interesada de privilegios personales, que no tengo un solo euro invertido mediante una sicav. Y conviene también aclarar que si lo tuviera no debería ser objeto de censura alguna. En materia de Hacienda, lo que es legal es legítimo, les pese lo que les pese a todos los populacheros demagogos que están haciendo su agosto en este tiempo de penurias. El dinero se sitúa en una sicav y se invierte para que, a la par de ahorrar, produzca beneficios; en el momento en que se retira el mismo, se tributa acorde al mismo régimen que cualquier fondo de inversión. Aquí paz y allá gloria.

Los eurodiputados concernidos en la última polémica proveniente de Estrasburgo crearon una suerte de fondo de pensiones al objeto de sentir en el momento de su jubilación la legítima sensación que siente el cuerpo cuando cae sobre un colchón confortable y placentero. Se supone que una entidad bancaria procesaría el papeleo y, a partir de ahí, vete a saber el contenedor en el que se incluía el negocio. ¿Una sicav?: sí, puede, una sicav. ¡Acabáramos! ¡Una sicav detrás de las jubilaciones de los europarlamentarios!

Al estar por medio una de las palabras malditas estigmatizadas por los anticapitalistas, todo acto de irritación, contrición, autoflagelación y martirio personal ha sido poco. Un eurodiputado de Izquierda Unida, sanluqueño por más señas, de dedicación minuciosa a su trabajo, preparación contrastada y fidelidad rocosa a las ideas comunistas de su partido, se ha visto obligado a dimitir al reprocharse a sí mismo –en perfecta teatralidad de autocrítica leninista en la que solo ha faltado el llanto– no haberse percatado de que al fondo del entramado financiero existía una sicav luxemburguesa. ¿Ha cometido delito alguno?: no. ¿Ha frisado siquiera la legalidad de forma ambigua?: tampoco. ¿Entonces?

Willy Meyer, experimentado político que hunde su memoria en los primeros años de la democracia, jamás ha sido sospechoso de cosa alguna que no fuera lo pétreo de su ideología. Pero para eso hay gustos. Y votos. Pocas cosas, más allá de las dialécticas, se le pueden reprochar. En todo caso, pendencias internas mantenidas en su partido, que, además de comunes a lo que ocurre en todas las casas, no dejan de ser peleas de familia en las que mejor no meterse. Willy Meyer ha tenido que dimitir, y maldita la gracia que le habrá hecho, por culpa de la escalada demagógica y –una vez más, permítanme– populista que está carcomiendo a la izquierda española, en la que unos individuos de ideología primaria, casi primitiva, están obligando a todos los desconcertados que habitan ese flanco a mostrarse tan radicales como ellos ante el temor de parecer pequeños burgueses. La agraz Izquierda Unida de los Cayos y las Cayas ve con pavor que unos revolucionarios de pacotilla, alborotadores de facultad, excursionistas a lo Ideal y dictadorzuelos del mañana –adoradores de los dictadorzuelos del hoy– les roben la merienda merced a haber encontrado mejores mentiras en menor tiempo y a contar con la colaboración bobona de un par de canales de televisión. Algo tienen que hacer, y si hay que sacrificar a los suyos, se sacrifican. Y si encima había alguna cuenta pendiente en el Partido Comunista de Andalucía entre el diputado y su secretario general, razón de más para obligar a retirarse a un viejo rockero del que saben, además, que escenificará la liturgia habitual de los «procesos» soviéticos, autoinculpándose de lo que sea necesario, a mayor bien de la causa.

Yo lo siento por Meyer, que es inocente hasta de lo que él mismo se culpa. Pero esta izquierda es así. ¡¡¡Y lo más llamativo y alarmante es que esa es la izquierda a la que quiere imitar el PSOE!!!


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