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6 de junio de 2014

Felipe VI merece una oportunidad


El todavía Príncipe tiene una dura tarea por delante: demostrar que es tan válido como parece

AMPLIARHAY suficientes razones para abonar la idea de que Felipe VI merece una oportunidad. Es muy probable que su tarea primordial pase por una suerte de reinvención de la Monarquía, por una acomodación a los tiempos de una institución que se ha revelado muy útil a los españoles durante estos últimos cuarenta años. Lo es, así mismo, que los desafíos del siglo XXI son diferentes a los que hubo de afrontar su padre veinticinco años antes de acabar el siglo pasado. Juan Carlos estaba destinado por los mas agoreros a ser «El Breve» y ha acabado siendo la pieza fundamental del progreso más espectacular que ha vivido España a lo largo de su historia.Todo hace creer que su hijo, nacido protocolariamente en la democracia, disponga de recursos suficientemente instruidos para afrontar el desafío de apuntalar un edificio que no amenaza ruina pero que presenta algunas fisuras en su estructura.

Escribía ayer en su columna de El Imparcial el magnífico José Antonio Sentís que si España hubiera de construirse desde cero, lo racional sería organizarla como una república serena y equilibrada, cosa que subscribo. Pero como indica el gran periodista alicantino, España no es un libro en blanco preso del adanismo de unos cuantos. La Monarquía parlamentaria ha demostrado eficacia para garantizar un tiempo de paz y crecimiento sin precedentes en nuestra historia y ha desarrollado un consenso a su alrededor que ya quisiera cualquier otro sistema de gobierno. Es cierto que este tipo de monarquías está sujeta a que quien desempeña su magistratura sea un individuo válido y preparado, pero no lo es menos que cualquier flaqueo en el desempeño de su labor le cuesta a un Monarca, hoy en día, precio más lesivo que a presidente de la república alguno. En pocas palabras, un imbécil del formato de Fernando VII, en este tiempo, duraba una semana en su cargo. Lo razonable en este momento es una figura querida, respetada e imparcial, conocedora del patio de la Españas, con implantación internacional y con ganas de urdir convergencias, sinceras, útiles, prácticas, desideologizadas. No es sino la necesidad de España, planteada desde el respeto a todas las formas posibles de país. Cosa que me temo no contemplan los partidarios de la república tricolor, planteada más como un residuo sentimental que otra cosa. Un simple vistazo a los apologetas de la Tercera República (en realidad, un trasunto de la Segunda), los Cayos, los Pablos, es razón suficiente como para no parar de correr hasta la frontera más próxima: ¿alguien puede confiar en un Estado gobernado por quienes se manifiestan ultrajando símbolos patrios y proponiendo modelos de gobierno descartados por la historia una y otra vez?

Si Felipe VI no responde a las expectativas que merecen su formación y su talante, tiempo habrá de hablar. Su preparación supera con creces la de cualquier candidato a cargo alguno. Es el heredero de una Institución votada mayoritariamente por los españoles y respaldada por la inmensa mayoría de la cámara de representantes del Congreso. Goza, por tanto, de toda legitimidad posible, por más que un grupo de nostálgicos enarbole propuestas nebulosas plagadas de ensoñaciones tan irrealizables como contrastadamente inservibles.

Felipe VI tiene una dura tarea por delante: demostrar que es tan válido como parece y certificar que tiene sus nervios forrados de titanio. Por más que parezca lo contrario, cuenta con al personal a su favor, por más que la cohetería de sus adversarios, normalmente rayanos con la ordinariez o la grosería, dejen caer perlas envueltas en la hez del resentimiento.

Nada tiene de malo el republicanismo. Yo mismo lo subscribo. ¿Quién si no?. Pero no se trata ahora de analizar formas teóricas de gobierno. Se trata de analizar fríamente cuál es la que conviene en cada momento a cada lugar. Y hoy, ahora, en España, el hombre y el nombre es Felipe.

 


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