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3 de enero de 2014

La soga de Panamá


Dejar la obra colgada puede llevarse a Sacyr por delante, y dejar en el aire un cierto olor a tierra quemada

PARECE sencillo de diagnosticar, pero no es así. La reducción a lo simple es una tentación en la que se puede caer cuando se tiene prisa, pero no ayuda a un diagnóstico certero. Sacyr como síntoma, como paradigma: se presupuesta a la baja, se consigue una adjudicación emblemática, se sube en la bolsa, se vende la autocartera a precio ventajoso y se sale de problemas… de momento. Los presupuestos temerarios son posibles en España, donde acuerdos urgentes con el poder político hacen posible salir del hoyo a cuenta del dinero de todos, pero no parece que eso funcione en todas partes del mundo.

De repente hay un país en el que el tejemaneje constructor no funciona y todo se precipita, se pierde lo obtenido y se queda en situación de desventaja. Y se compromete el sello de marca que se pretende vender por el globo como sello de eficacia. El sello de la Marca España, esa a la que últimamente no le sale una a derechas, queda inevitablemente tocado.

En España es habitual que determinadas obras públicas se encarezcan a lo largo de su desarrollo. Unas veces es por el encarecimiento de las materias primas, otras por las exigencias de celeridad en aras de beneficios políticos, y otras por defectos en el proyecto presentado. De ello son responsables quien hace la obra y quien decide quién hace la obra. El beneficiado y el jurado elector. Pero que eso ocurra en España no quiere decir que pueda ocurrir en todas partes. Aquí es posible que Sacyr proyecte y desarrolle las funestas Setas de la Encarnación de Sevilla, que estas doblen el coste presupuestado y que, al final, paguemos todos. Es posible que eso pase con el Auditorio de Tenerife o con las obras de Calatrava en Valencia, pero no tiene por qué pasar en Panamá, donde la oferta de la UTE encabezada por los españoles era sensiblemente más reducida que la de su principal competidor (y la de su principal competidor de la de su inmediato seguidor, todo hay que decirlo). La diferencia de precio es la que, más o menos, exige ahora Sacyr para poder concluir el trabajo. La Autoridad del Canal no está por la labor, huelga decirlo. Sólo caben la negociación y la consiguiente pérdida de pelos en la gatera; en este caso en la esclusa por la que han de pasar los barcos que no quieran ir al Ártico o a dar la vuelta por los tobillos de América.

Dejar la obra colgada puede llevarse a Sacyr por delante (véase la bolsa ayer), y dejar en el aire un cierto olor a tierra quemada que haga difícil a las empresas españolas concursar en determinados proyectos de repercusión mundial. Lo avisaron sus competidores: la diferencia de millones con la segunda oferta no era más que el órdago que la constructora ponía sobre la mesa. Esa sería su condena, ya que antes o después los millones de dólares difíciles de justificar se volverían un lastre demasiado pesado. La oferta suicida, pues, compromete al futuro de la empresa, al Gobierno de Panamá… y al Gobierno de España, que, conviene no olvidarlo, desarrolló una importante ofensiva para que el contrato cayera de este lado. Demasiado para comenzar este 2014 que algunos insisten en convertir en el paraíso en el que toda recuperación será posible, en el año en que el mundo empezará a constatar que los españoles somos capaces de realizar no pocos esfuerzos para salir de un laberinto colosal que se ha llevado por delante buena parte del Estado del bienestar en el que vivíamos.

(PD: Por cierto, ¿hay alguna duda acerca de que Rajoy se presente a la reelección? ¿Puede que haya sobrevolado la duda por su críptica cabeza?).

 


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