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22 de octubre de 1999

Me mata la impaciencia


«¿Qué si recibimos presión los periodistas que trabajamos en emisoras públicas? Claro que sí»

Me disponía yo, tranquilamente, a escribir acerca del conmovedor asunto de Sanlúcar de Barrameda, localidad en la que consumo buena parte de mi vida y en la que están centradas las ansias de mis atardeceres, incomparables ellos, vistos desde la jara o saboreados desde el salado mirador de Bajo de Guía. Afilaba mi verbo para ofrecer algunas de las claves, no muy difundidas, que explican el perfil municipal adormecido de la desembocadura del Guadalquivir, de esa Sanlúcar, tan gaditana y tan sevillana a la vez, que ha padecido, desde el advenimiento de las primeras elecciones democráticas, una serie de Gobiernos municipales de tono menor, muy menor, responsables de las dislates más irracionales que se puedan dar. Difícilmente caben más barbaridades en tan poco tiempo. Izquierda unida sumió a Sanlúcar en un sopor y una inoperancia sin precedentes, con algunas decisiones de las que, supongo, alguien se seguirá avergonzando; el PSOE aletargó la vida empresarial y económica del pueblo hasta el punto de retrotraerlo al siglo XIX; el último Gobierno, el de Agustín Cuevas, que parece haber sido el menos malo, ha acabado como ustedes han podido ver, escalando hasta la cima del monte Soborno y haciéndolo por la cara sur, la de la vergüenza. Si lo que buscan es la pista de los cincuenta millones—que deberían buscarla—, carguen bien el coche de gasolina y den vueltas por la avenida del Quinto Centenario. Y por Las Piletas. Y no dejen de mirar a Jerez…

Pero una cosa es la intención, la de escribir sobre el sobre (en este caso no es un sobre, es una bolsa de plástico), y otro muy distinta la edición (dicho sea de paso, eso de que Chaves está detrás del soborno y tal y tal, me parece una solemne tontería. Chaves será mejor o peor, pero es honrado).

Cuando me ponía con lo de mi pueblo, digo, me asaltaron las palabras de Joaquín Almunia acerca de la manipulación informativa y se hizo, inmediatamente, un hueco en mi dolorido corazón.

Quien firma este suelto ha tenido el honor de trabajar en Radios y Televisiones públicas dependientes de Administraciones gobernadas por los dos principales partidos en liza. Y ya que se trata de ser sinceros —hasta rozar la mala educación—, diré que en ambas se manipula. Sí, sí, se manipula. Pero inmediatamente añadiré que no mucho más de lo que se manipula en otras emisoras —en las que también he trabajado— que pasan por ser adalides de la transparencia y que son privadas. ¿Qué si recibimos presión los periodistas que trabajamos en emisoras públicas? Caro que sí. ¡Y qué periodista no recibe algún tipo de presión! Ocurre que unos sucumben, otros negocian y otros navegan. Ahora la cosa está en linchar a Javier González Ferrari, que hace un par de años era buenísimo —cuando trabajaba en la SER— y ahora es un primo hermano de Belcebú. Se equivocan: a Javier lo conozco desde que era un niño —yo, no él, que me sobrepasa largamente en edad— y puedo asegurar que su integridad y su valía están fuera de toda duda.

Si cree Almunia que la solución a las tensiones informativas del medio público está en elegir al director general por dos tercios de los parlamentarios, puede convencer a Manuel Chaves y ponerlo en práctica en Andalucía. Esa medida —bien–intencionada en sí misma— iría completada, según leo, por la de elegir un Consejo Audiovisual que se encargaría de velar por la imprescindible asepsia de los informativos. Pues no sé. Si ese Consejo habría de parecerse en algo al Muy Inútil, Molesto y Trincón Consejo de Administración de Cualquier Radiotelevisión Pública, estamos en las mismas. Créame, Almunia, la solución no está en que a un director lo elijan unos cuantos más o en que se nombre a determinados teóricos para que cronometren las apariciones en los telediarios. La solución está en los mismos políticos y en su sentido patrimonial del poder y de los medios; está en los teléfonos que se descuelgan para expresar indignación por haber salido con el perfil malo; está en el criterio con el que los gestores de lo público se enfrentan a su sentido de la trascendencia; está en creer que la televisión es un Ministerio más; está, en una palabra, en el pequeño desprecio que sienten por los profesionales y también en los profesionales que se dejan despreciar. Ese gran pacto que propone Almunia —y que, en cualquier caso, llegaría tarde— había que habérselo propuesto a Calviño, a Sopena, a María Antonia, a los nacionalistas que hacen de sus televisiones auténticas fincas privadas, a Abellán de la RTVA… Y estoy de acuerdo en que también a Cabanillas, a Ferrari, a los valencianos, a los gallegos. Y a mí mismo, por supuesto. A todos los que trabajamos en esto. Y a algunos de los que trabajan fuera y que creen ser la pata del Cid.

Sí, sí. Me parece muy interesante. Tomo nota de ello y aguardo con muchísimo interés el día en que vuelvan a gobernar, que lógicamente volverán, por ver cómo y cuándo lo desarrollan.

Espero impaciente.


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