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21 de julio de 2001

«Ocupas» y policías


Ha tenido que ser el propio Jordi Pujol —de cuyo dominio de la ambigüedad no vamos a sorprendernos a estas altura— quien se haya soltado por algunos segundos de esa barra fija de posturas de baile «progresistas» a la que se agarran como lapas tantos políticos catalanes y haya pedido una brizna de sindéresis y sensatez a la hora de juzgar a la Policía y sus actuaciones. Tras el lamentable espectáculo ofrecido por los jóvenes ocupantes de un inmueble del barrio de Gracia de Barcelona, se ha dado otro no menos llamativo que ha consistido en exigir que los agentes policiales no actúen como tales y que no respondan bajo ningún concepto a cualquier tipo de ataque. Puede que se deba a la propia tontería de los tiempos o a que el escenario de las manifestaciones antiglobalización está impactando seriamente en nuestro ordenamiento personal: muchachos de aspecto alienado (más, incluso, que el de los yuppies que dicen combatir), con dedo enhisto, arete, pendiente, floripondio y bastante mierda, montan el «megapollo», destrozan mobiliario urbano, queman contenedores y desafían la integridad del que se les cruce por delante ante un vecindario impasible. Cuando la Policía responde, movidos por un resorte solidario con el agitador (y freudianamente contrario, por tanto, al «agresor» estatal), vecinos y representantes ciudadanos censuran agriamente a las Fuerzas de Seguridad del Estado por haber molestado a los saboteadores y por haber utilizado una décima parte de la fuerza que estos han descargado sobre ellos. A las pocas horas, una juez redondea el disparate diciendo que aquí no ha pasado nada y dejando en libertad a todo quisque. Cada uno, pues, a su sitio: la chusma al buchinche y la bofia al cuartel.

Ignoro si es que en Barcelona alguien abraza secretamente la esperanza de que los alborotadores callejeros se transformen en algo más, como ocurre en San Sebastián, por ejemplo, pero resulta llamativo que las fuerzas políticas y un buen puñado de ciudadanos den abrigo y acomodo a actuaciones de este tipo. Ello, que sería difícilmente pensable en ciudades como Sevilla o Ciudad Real, donde unos y otros parecen tener más claro quiénes son los buenos y los malos, puede que se inscriba en ese ansia patética por establecer diferencias y por abrir hipócritas debates sobre las libertades para parecer patas de otro banco. Ellos sabrán lo que quieren hacer de Barcelona, pero lo cierto es que confunden de tal manera a la población (la foránea incluida) que hasta el mismo Honorable tiene que salir a defender a los policías dando a entender que la próxima vez se van a quedar en la esquina más cercana fumándose un pitillo cruzados de manos. Cosas veredes…


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