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1 de marzo de 2002

Una «Maragallada» Más


«La vociferante reacción a la grosera metedura de pata gubernamental con lo de la entrevista entre González y el marroquí da entender que ni siquiera de este episodio van a saber sacar la justa tajada»

Habemus nueva «Maragallada». El imprevisible político catalán nos ha vuelto a doblar la mano a sus muchos seguidores con una nueva demostración de que su aptitud para la sorpresa y el despiste es infinitamente superior a la, indudablemente, limitada capacidad de asimilación que mostramos los simples votantes. Informaba ayer este mismo periódico que el líder máximo de la sección catalana del partido del vacilante Zapatero ha decidido sumarse a las protestas contra la Cumbre de la UE que habrá de celebrarse en Barcelona y que encabezan grupos de tanto calado y respeto social como «ocupas», radicales extraparlamentarios y simpatizantes de la «kale borroka». La razón de este súbito amor por la protesta que encabezan grupos de indudable prestigio social como los anteriormente expuestos se escapa a la capacidad de análisis —incluso exégesis— de quienes se prestan a diario a entrever los caminos del socialismo en general y del catalán en particular.


No se acaba de saber si es que Maragall y sus muchachos se han convertido repentinamente en euroescépticos o si, simplemente, ha vuelto a despertar el bichito revolucionario jovial que les llevó en su adolescencia a pedir la luna marxista y que parecía dormir el sueño del realismo. Lo que únicamente se sabe con certeza es que el PSC v a formar parte, con pancarta propia, de las movilizaciones que tienen algo atemorizados a aquellos ciudadanos que gustan del pequeño burgués concepto del orden y la tranquilidad. Una «Maragallada», como digo, del mejor vendedor de humo que ha tenido la política catalana desde Wifredo el Velloso, aunque nada extraña en la ejecutoria de un ciudadano que se empecina a diario en desorientar a su casa materna, el PSOE, el cual, gracias a sus requiebros en el área pequeña, tiene completamente enloquecida a su clientela. Un partido que considera «franquista» examinar a los alumnos, que «comprende» que un grupo de animales analfabetos reviente las puertas del Rectorado de Sevilla (consejera Cándida dixit’, que aún no sabe qué hacer con los impuestos, que considera «democrático» el régimen de Marruecos, que entiende —una vez más— que hay que ceder ante el PNV ante el primer señuelo que éste le muestre o que dice una cosa en Toledo y otra en Mallorca, es, en fin, un partido que se empeña en conspirar contra sí mismo y que se lo pone de perlas a un gobierno de derechas que nunca podría creerse tantísima facilidad para llegar a portería y que se permite el lujo de dictar cada día lecciones de estrategia e iniciativa. La vociferante reacción a la grosera metedura de pata gubernamental con lo de la entrevista entre González y el marroquí da a entender que ni siquiera de este episodio van a saber sacar la justa tajada. Por todo ello no resulta sorprendente que Maragall, el que cree Zapatero que va a llevarle a Moncloa, se manifieste contradictorio en días alternos y haga lo posible por transmitir la sensación de que no se sabe con quién está: en este caso si con la UE o con los «oKupas», si con la Policía o con los alborotadores (que, lamentablemente, los habrá) o si con los independentistas o con los constitucionalistas. Tal vez piense Maragall, como parece pensar Zapatero, que poniendo huevos en todas las cestas se consiguen votos de todas las cestas y así se desmonta el sólido entramado político que muestra un partido como el Popular, ensimismado en sus cosas y pletórico en expectativas. Tal vez sea eso, pero, desgraciadamente, la experiencia parece mostrar que no es el camino adecuado. De hecho, eso lo sabe cualquier aspirante a presidente de comunidad de vecinos, pero no parece apercibirse de ello quien aspira a presidir el Gobierno de España. Mala cosa.


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