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14 de noviembre de 1999

Historias de alcoba


«El PP no sabe hacer amigos, tiene a todos sus socios entrenándose para el abandono»

Dos corazones con freno y marcha atrás. «Oiga, usted y yo tenemos que entendernos», se han dicho. Y se han entendido de esa forma tan mediterránea con la que se entienden los políticos catalanes: «Mire, esto es lo que hay, así que pongámonos de acuerdo». Bueno, pues parece que se han puesto. Aún no sabemos las capitulaciones matrimoniales, pero a buen seguro se ceñirán a las buenas palabras que Pujol sabe darles a sus novias en ese momento tan delicado que es el posterior al coito, justo cuando se prende un pitillo, poco antes de buscar los calcetines a ciegas. Se la juega el president: hasta ahora gobernaba con otro tanquilidad, Cataluña entiende mi mensaje, decía; pero es que ya empieza a entender según qué cosas. Ahora toca casarse con el Independentismo, y no duden que logrará: es un genio. Sólo hay que darle  entender a Carod que se está con el fondo de sus cosas, que la soberanía es alcanzable y que el concierto económico depende de lo que pase en marzo. Esas otras cosas que ha dicho el iluminado republicano y que harían carcajearse a cualquier estadista europeo —si, eso de que Cataluña tiene que ser como Puerto Rico, un Estado Libre Asociadoya las verá Pujol con detenimiento, ahora es cosa de l investidura, que es de lo que se trata, déjese de aventuras, Carod.

Se debate el principado, por tanto, entre tres delirios: el nacionalismo de Pujol, el independentismo de Carod y el federalismo de Maragall. Tres candidatos y tres cosas distintas. Lo primero sabemos que es el juego del estira y afloja, del hoy por ti, mañana por mí. Lo segundo sabemos que es comparar a Cataluña con las Azores y pretender que tenga voz propia en las instituciones europeas —Carod confunde la Unión Europea con el Consejo de Europa, lo cual da mucha tranquilidad; sabemos que ERC quiere que España recoja las bandera y los uniformes pero que deje las llaves, incluso que pague la luz. Y lo tercero, definitivamente, no sabemos muy bien lo que es, pero suena a humo denso, del que no deja ver del que alucina. En eso debate la política catalana. El PP, entretanto, se hace la novia ofendida y asegura que si Pujol le habla a los de la estrellita en la bandera, coge la puerta y se va. Todos sabemos que no lo hará. Valdría la pena que no malgastaran el tiempo en hacerse los indignados: si Pujol necesita de su abstención, la tendrá, aunque le haya prometido a Carod todo lo que los populares detestan. Los desplantes del PP a CiU no pasan de ser un pasillo de comedia en el que  los populares se hacen las dignas pero acaban poniendo la cama. Marzo es marzo y hay que cuidar a aquellos que pueden despejar la duda matemática del «día después» (que es, por cierto, una expresión espantosa, inexplicable) y que pueden, sobre todo, hacer inútiles los esfuerzos de la corte de cabreados que rodea al partido del Gobierno (el PP no sabe hacer amigos, tiene a todos sus socios entrenándose para el abandono).


Así que esperen un tiempo —de aquí al domingo de marzo en que Aznar surja de entre los zarzales y llame a las urnas—en que los afilados labios del abandono besen por doquier los pañuelos del adiós, esos que acaban transformándose en las gaviotas de los puertos, según dejó dicho Gómez de la Serna. Pujol se querrá desmarcar y podrá hacerlo asumiendo cualquiera de las pretensiones folclóricas de Carod. Lo tiene relativamente fácil. Otra cosa es que Carod le exija que retoque las cajas catalanas: eso es jugar con las cosas de comer y, posiblemente, el honorable diga que no toca.


Pero tiene, además, el Congreso de los Diputados, donde puede zancadillear con el par de asuntos gordos que quedan, incluida la Ley de Extranjería que tanto preocupa en Interior y que tanto gusta en Asuntos Sociales (tanto que, según parece, Amalia Gómez basa en el éxito de esta ley su permanencia en el cargo). Por cierto: ¿era Carles Campuzano el ponente ideal para el texto de la misma, un nacionalista radical de los de «Freedom for Catalonia…?
Pero no se apuren, esto sólo es cosa de cinco meses.


P.D. …Y Feliciano, que se ha ido. Feliciano Fidalgo, periodista de aquellos que escriben con la pluma doblada por el ámbar de su corazón, falleció antes de ayer, según he sabido. Debe de andar, pues, convencido a los transeúntes al paraíso de que por ahí no se va al París, que, como todos sabemos, es de donde era. De ahí y de las tierras del vino, su patria menor, su piscina particular. Su mesa en Casa Perico, donde compartimos tanto mantel y tanta cháchara, está coja por su pata roja. Nos gustaba comer en la mejor casa de comidas de Madrid, allí en la calle de La Ballesta, en un oasis de vino y croquetas entre tanta leña. Nos dejas muy solos, sin casi nada de lo que hablar. No olvidaré tu dolor disimulado y tu dignidad vitivinícola, tus últimos meses, tu última melena de trapo y tu última sonrisa resignada. Qué grande has sido, Feliciano…


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