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24 de enero de 2003

La Tuerca de Mas


«El anuncio del distinguido ferretero Mas, espoleado tal vez por las fiebres arrebatadoras a las que le sometió el insigne Jiménez de Parga al decir la verdad, podría encoger los deseos de más de uno de colaborar con el futuro catalán, que es el futuro de España»

Una vez controlado el aparato incendio provocado por la sensatez histórica del profesor Jiménez de Parga, se abre un nuevo y apasionante frente flamígero despachado directamente en la ferretería que Artur Mas, el welter catalán, acaba de abrir al público. Después de que el presidente del TC dijera algo tan asombrosamente provocador como que todos los españoles tenemos un pasado curioso y merecemos el mismo futuro, independientemente de lo que los estatutos de la Segunda República dijesen —o les diera tiempo a decir antes de que Franco se levantara en armas e impidiera que también se sancionasen los de Aragón, Valencia, Asturias, etc.—, después, digo, de que las reacciones hayan sobrepasado la raya de lo ridículo y de que algunos miembros del PP hayan demostrado que son tan cursis como los demás, el Gobierno catalán que preside este caballero de agradables formas y aspecto de modelo esculpido a navaja de peluquería antigua ha anunciado sin recato que «va a apretar un poco más la tuerca» en la aplicación de la normativa obligatoria del uso del catalán, lo cual ya sabemos todos lo que supone. Debo decirle a Mas —yo que hablo el catalán, en principio, casi tan bien como él— que de todas las expresiones posibles con las que podía definir la acción gubernativa que va a desarrollar ha elegido la peor. Dar a entender que la promoción del uso del catalán no es sino un acto de presión, fuerza, grillete y tortura, demuestra que en el inconsciente de los nacionalistas patrioteros y rancios (ya que tanto les gusta usar esa palabra cuando hablan de España) se esconde lo que se esconde, que como le tengo aprecio personal al señor Mas no lo voy a escribir ni definir con todas sus letras, pero que sabemos bien lo que es. Tiene el mismo efecto que si se hubiera asomado a la pantalla amiga de TV3 y hubiese advertido: «Vamos a acabar de joderos allá donde os escondáis; no os escaparéis, ratas». Lo mismo.

Si algún favor no precisa el idioma catalán es que lo asocien indebidamente con la imposición y la fuerza. La sociedad civil catalana ha sabido, a su manera, moderar y solventar las soflamas normativas que los gobiernos de Pujol han ido creando para “normalizar» el uso del catalán en todos los ámbitos sociales y políticos y ha dado solución a cada uno de los entuertos en los que el mismo Pujol ha metido a los suyos. Los catalanes saben perfectamente cuando usar una u otra lengua y no tienen ningún complejo ni problema en pasar de la una a la otra cuando la ocasión, la educación o la necesidad lo aconsejan. Hay quien llega a Cataluña y, obviamente, no lo hace con el catalán aprendido: no debe preocuparse, los catalanes de a pie sabrán enseñárselo y sabrán tratarle con la cortesía de uno de los pueblos más correctos del mundo. Hay idiotas, por supuesto, pero no más que en otros sitios.

Sin embargo, el anuncio del distinguido ferretero Mas, espoleado tal vez por las fiebres arrebatadoras a las que le sometió el insigne Jiménez de Parga al decir la verdad, podría encoger los deseos de más de uno  de colaborar con el futuro catalán, que es el futuro de España. Cualquiera se fía de uno que quiere apretarnos las tuercas y que, además, nos lo dice con el dedito muy tieso. Una amenaza ferretera no parece la forma más inteligente de integrar e interesar en la lengua de Verdaguer a los miles de ciudadanos que podrían estar más interesados. Tal vez deba hacerse el antipático (no lo es, conste) y así contentar a las bases que coquetean con el chiflado de Carod–Rovira. O tal vez sea que, en el fondo, le falta un tornillo. Vete tú a saber.


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