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22 de enero de 2009

Los pellizcos de Rouco


La humillación a la que el Cardenal Rouco ha sometido al también Cardenal Carlos Amigo es algo más que el habitual pellizco de monja con el que se agreden, dentro de un orden, los responsables de la Iglesia española. Amigo, hombre de formas y talante diametralmente opuesto al del Cardenal de Madrid, ha sido removido de su puesto mediante el nombramiento de un coadjuctor, Monseñor Asenjo, al que se ha investido como sucesor a seis meses vista con todas las galas y boato. Cuando Amigo cumpla setenta y cinco años será removido de su diócesis y enviado vaya usted a saber dónde, cosa que no ocurrió con sus antecesores, los cardenales Bueno y Segura, que se perpetuaron en el cargo hasta su muerte. Con coadjuctor, pero hasta la muerte. ¿Por qué, pues, la ceremonia concelebrada de la pasada semana en la Catedral de Sevilla, en la que sólo faltó el chófer del Papa, para entendernos? ¿Qué tiene el todopoderoso Rouco contra Amigo?
 
Amigo Vallejo, de estatura personal e intelectual pareja a su metro noventa, no ha mostrado demasiado entusiasmo a lo largo de estos años por la puesta en escena de los criterios políticos de Rouco. Concretamente, no ha mostrado ninguno. Para el análisis simple pero comprensible, la imagen del Cardenal de Sevilla ha sido menos rocosa que la del presidente de la Conferencia Episcopal. Infinitamente menos. Sin renunciar ni disentir de ningún precepto moral de la Iglesia Católica, ha cultivado otros caminos para el entendimiento, incluso con aquellos que libran una feroz batalla por el destierro de todo signo religioso de la sociedad. Claramente no ha secundado la pasión movilizadora de Rouco y no ha querido significarse como otro ariete de una permanente llamada contra las decisiones del gobierno de Rodríguez Zapatero, al que el inflexible gallego le ha organizado más de una concentración callejera en forma de eucaristía (concentraciones absolutamente legítimas, pero que vaya usted a saber si no le han resultado rentables al gobierno del PSOE). Las manifestaciones inequívocamente firmes en lo esencial de este cura palentino nombrado Príncipe de la Iglesia por Juan Pablo II han mostrado siempre una finura diplomática y un análisis interpretativo de las relaciones con el poder civil algo lejanas del modus operandi del momento, lo que puede no haberle granjeado posiciones solidarias en el núcleo de poder actual de la Conferencia. Han querido divulgar, por otra parte, que realmente Amigo no gobernaba la diócesis de Sevilla con mano diestra, lo que habría movido a la jefatura a nombrar pronto a un sucesor a título de Arzobispo para que pusiera orden (Asenjo, muy competente, por cierto), pero eso parece más una intriga de sacristía que un diagnóstico justo. Otro pellizco entre Cardenales, para entendernos. Quitándose de en medio a Amigo de mala manera se deja claro quién manda y qué puede ocurrir con los que no comparten al dedillo la ortodoxia del quehacer. Maquiavelismo episcopal.
 
Está al llegar a España de visita oficial el Secretario de Estado vaticano, Cardenal Bertone. Algunos quieren ver en ello un intento de llamarle la atención a Rouco, pero tengo la impresión de que no es así. Posiblemente Bertone venga a decirle a Rodríguez Zapatero que si quiere entenderse con la Iglesia debe hacerlo con el responsable de la Conferencia Episcopal Española. Item más: no conseguirá puentear a Rouco ni mediante el recién ascendido Cañizares, ni a través de los buenos oficios de su embajador Vázquez. La voz del Papa es Rouco, con quien mantiene una estrecha relación, y no hay más. Si acaso, pretenderá convencer al jefe de la Iglesia española de que pueden resultar más efectivas otras formas (¿las de Amigo?), aunque a ello ya esté resignado el propio Rouco, que ha visto cómo, para su contrariedad, ZP sigue en el poder y el PP no es capaz de desalojarlo del mismo. El claro distanciamiento del PP y de Rajoy con su paisano gallego sería una clara muestra de cómo la derecha española cree que de la mano de esta política no se puede llegar muy lejos. Sí de la mano de Amigo, pero el Cardenal de Sevilla ha sido fulminado por la jugada un tanto violenta de una Iglesia, la española del momento, poco dada a la diplomacia y muy dada a la exhibición de poder mediante pellizcos innecesarios.
 
Y que me perdone Fray Carlos por haber escrito este artículo, que ya me imagino que no le hará ninguna gracia.

 


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