Hace años, unos diez, comenzamos una relación epistolar que estaba destinada a durar unos minutos, no sé si diez, en el cómputo general del periodismo.

Recuerdo la primera columna como la incursión impertinente en un género periodístico –el de la actualidad social– que no era el mío, al que yo asistía como espectador declarado desde la barrera de la lectura; pero recuerdo también cómo, desde los primeros días, me sentí abrigado por el colectivo de un periodismo amable y ágil que me hizo sentir tal que en mi propia casa. Así, de semana en semana, han pasado una decena de años.

Se dice pronto. Las dinámicas difícilmente explicables de nuestra profesión me llevan a tener que bajarme de este autobús de la alegría para poder dedicarme a otros retos inevitables: no es fácil dejar una ubérrima colmena de talento y dedicación en plena marcha, en plenas facultades y en pleno cariño de tus lectores y tus patronos, pero bien sabe Cristina, nuestra directora –y con ella nuestra espléndida redacción– cuánto me cuesta este adiós.

He descubierto en DIEZ MINUTOS un compromiso explícito de nuestra gente con la amabilidad de los contenidos, no exentos de picante pero sin que la guindilla sea su único ingrediente. He comprobado cómo se puede narrar el día a día de la sociedad y sus luminarias sin que sea necesario insultar ni malversar la realidad. Columna a columna, durante este tiempo, he querido ser fiel a esa máxima y a ese proceder.

Ahora, con nuevos nombres –aunque muy semejantes– se emprende un tiempo de opinión magistral en las páginas de su revista favorita, de la que voy a seguir siendo lector impenitente. Y lo seré, aunque sólo sea por haber hecho cierta la contrariedad científica de que, efectivamente, diez años caben en diez minutos.

Mi abrazo por siempre, queridos lectores.