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19 de octubre de 2005

Y la Duquesa casó a otro hijo


Entre la reciente boda de Farruquito y la inmediata de Cayetano y Genoveva, estamos en Sevilla que no ganamos para emociones estéticas.

Algo distintas ambas, todo sea dicho, pero bodas al fin y al cabo, los respectivos enlaces nos han tenido en un vilo por saber si veíamos a quien queríamos ver y por confirmar los listados de invitados, que en los dos casos han sido motivo de cierto conflicto.

En la primera porque muchos preferían desmarcarse de la apuesta escénica por “Las Mil y Una Noches” que pusieron en práctica el bailaor y su familia y en la segunda porque no veníamos sabiendo quién era quien iba a dar la nota del “podría estar pero no voy”, que es algo muy de familias largas con listas cortas.

Así como los primeros dieron todo el cante flamenco calle por calle, los segundos han preferido la soledad de Palacio: sabido es que a Cayetano le producen alergia los focos, las llamadas de atención y las preguntas muy seguidas y, como buen hombre discreto que es, le tira más la parte menos iluminada de las habitaciones.

Además, siendo un tipo muy agradable y muy sencillo, se le pone una cara de mala leche cuando ve una cámara cerca, que es para echar a correr.

La última vez que se le vio sonreír delante de una cámara debió de ser en un programa de Canal Sur que, curiosamente, dirigía y presentaba éste que escribe el artículo y en el que vino al plató y se dejó entrevistar con toda naturalidad y con todo agrado.

Pero de eso han pasado cerca de diez años, que manda narices.

Después de aquellos escarceos amorosos que casi le cuestan la salud se topó con esta elegante mexicana con la que se ha casado después de haber tenido dos churumbeles y es de suponer que en la boda, en la capilla de Las Dueñas, ha sonreído viendo feliz a su madre y al resto de la familia.

Y viendo feliz a Genoveva, bellísima, entrar de lleno en una familia de la que ya hablaban las crónicas y el DIEZ MINUTOS del siglo XIV, más o menos.

La duquesa de Alba, Grande entre las Grandes y Paciente entre las Pacientes, a todo esto, dicen que habría hecho las cosas de otro modo, pero que ha tragado porque quien se casa es quien manda, y la ya condesa de Salvatierra es quien ha dispuesto el cómo, el dónde y el quién. Y esto es lo que hay.

Si te gusta bien y si no te gusta también.

Grandes presencias y, teóricamente, grandes ausencias.

Una boda en una casa de esa alcurnia no es cualquier cosa.

Felicidad a los presentes y, también, a los ausentes.


 


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