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12 de octubre de 2005

Eugenia y Gonzalo muy apasionados


Están hasta las trancas. Qué calentones.

Menudos arranques de pasión y sofocos. Arrumacos, carantoñas…

¿Cómo han podido pasar tantos años sin conocerse?

¡Cuánto tiempo perdido, Señor, en el fondo de la nada! Gonzalo y Eugenia, como un solo corazón almibarado, pasean su levedad por las calles del mundo, caminando de puntillas, a saltitos, juntando sus narices y sus miradas a cada dos pasos.

Es lo que se llama engancharse de verdad.

Ha sido conocerse y descubrirse, darse cuenta de que ella estaba allí desde hacía tiempo y él estaba allí desde hacía el mismo, e imantados con la fuerza de un ciclón de hierro han hecho ¡flop! para no separarse en todo el día.

Ya sabemos que estas cosas se calman con el tiempo, pero mientras duran dan un calor y un sofoco atosigantes, hacen que se duerma entre algodonales perfumados y que se viva en nubes acolchadas color de rosa. Menuda envidia.

¿Se habrán pegado con Loctite?Dicen los más observadores que Gonzalo Miró despierta en las muchachas una inusitada ternura maternal nacida de las circunstancias especiales de su vida.

Más allá de su atractivo físico o personal, que es cuantioso ya que es un tipo magnífico, Gonzalo les inspira un inusitado deseo acogedor.

Paralelamente, Eugenia, que es otra “fenómena”, parece pedir a gritos relaciones ajustadas a la normalidad y no son pocos los que desean verla feliz sin la agitación propia de sus últimas aventuras, incluido su matrimonio.

Es decir, se han juntado el hambre y las ganas de comer.

Y se están, literalmente, comiendo a bocaos, venga abrazos, venga arrechuchos.

La gente sigue ya este romance como si fuera algo propio, como si hubiesen puesto gradas en las calles que recorren por París o por Madrid pegados como lapas.

Además de envidia, uno se sacude una cierta fatiga por la cantidad de azúcar desplegada, no apta para diabéticos del cariño.

Si están así en la calle ¿cómo estarán en casa? Algunos invitados dudarán si están ante dos amantes o ante dos siameses.

Ya se sabe que en los noviazgos recién amanecidos todo son virtudes: luego, como en los monólogos de Gila, lo que era un lunar pasa a convertirse en una verruga y así, poco a poco, se va perdiendo el gas del elixir.

Pero no quiero ser un cenizo ni adelantar lo inevitable.

Ellos, a todo esto, desearían pasar inadvertidos, pero eso es imposible; incluso es posible que les importe un pimiento que les vean en pleno roce corporal.

Cuando se está enamorado, ya se sabe, no se ve lo que hay alrededor, sólo hay ojos para el otro.

Estoy un poco cursi, sí, pero es que estas cosas ablandan hasta los cora


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