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7 de julio de 2005

Un mulato en el trono de Mónaco


Que Alberto de Mónaco tenga un hijo, que sea de una ciudadana de color, que lo reconozca ante el mundo y que le brinde todos los derechos necesarios --a excepción del Trono-- es un notición, compréndanlo, de envergadura cósmica.

Tantos años mareando la perdiz y sembrando la confusión con sus gustos para salir a los cuarenta y muchos con un hijo mulato fruto de una relación tórrida con una azafata togoleña a la que conoció en un vuelo de Air France.

Parece que ella olvidó tomar la píldora una de esas noches en las que formalizaron el choque genital de culturas -- “mecachis, Alberto, qué casualidad, perdóname chico pero es que tengo la cabeza llena de cosas”-- y con los meses nació Alexandre, que ya calza dos añitos y que es una monada de chiquillo.

Estar callada durante este tiempo le ha valido una paga de 10.000 euros al mes y una casa en la costa azul, además de los suficientes vales descuento de Carrefur como para pagar la carne durante este año y el que viene.

No contenta, Nicole, la bella azafata, siguiendo los consejos de su abogado francés, amenazó con hacer públicas las pruebas de paternidad para presionar al Principado y a su heredero.

El heredero, agobiado por la leña escénica y por los últimos meses de su padre algo enfermo –lo que ha aguantado ese hombre y la de úlceras que debe haber tenido es un secreto que se ha llevado a la tumba–, reconoció ante notario en un acto privado la paternidad.

Pidió Alberto que ese acuerdo no se hiciese público hasta la muerte de Rainiero; así se hizo, pero al poco de haber fallecido el jefe, la azafata no se fió de que Alberto cumpliera la promesa de garantizar el futuro económico del niño.

Evidentemente, aunque hubiera sido así o de otra forma, estaba claro que la muchacha iba a largar en cuanto tuviera oportunidad.

Lo ha hecho y ha obligado al soltero más pregonado del mundo a actuar responsablemente y puntualizar que entre los derechos del niño no está el del acceso al trono.

Esto último es especialmente injusto: si tiene derecho a casa en la Costa Azul por qué no lo va a tener al heredar el trabajo de papá.

Un mulato en el trono de Mónaco sería el mejor regalo de refresco a una monarquía que vive de la propaganda y los negocios.

Igual que hubiera resultado excepcional que Lady Di hubiese tenido un hijo del egipcio Dodi Al Fayed y, por lo tanto, el futuro Rey de Inglaterra hubiese tenido un hermano presumiblemente musulmán, sería chocante y revolucionario un heredero mulato adelantando por a izquierda a los blanquísimos y pijísimos hijos de estos príncipes con tan mal fario.

No me digan que no.
 


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