Aún no habrá aparecido el próximo número de DIEZ MINUTOS cuando ya hayamos desvelado la incógnita que sobrevuela Madrid y España entera: ¿Qué ciudad organizará los Juegos de 2012?

Cuentan los especialistas que los miembros del COI son bastante impredecibles: pueden asegurarte y prometerte el voto y después cambiarlo en cinco segundos.

Cuentan, incluso, que en las primeras votaciones no nos conviene ir por delante para así descartar a Londres y esperar al gran duelo con París, que es la ciudad que parte como favorita por varias razones: es la tercera vez que se presenta en los tiempos modernos –perdió contra Barcelona y Pekín– y ha salido bien parada de las evaluaciones previas que hacen los viajantes del COI.

Cierto es que Madrid jamás organizó unos Juegos y que París ya lleva dos, pero de eso hace mucho y, la verdad sea dicha, eso no se tiene en cuenta.

Se evalúa intensamente el apoyo popular y la capacidad de organización, cosas de las que ambas andan sobradas, igual que las infraestructuras y la tradición deportiva.

Contamos los españoles con un embajador extraordinario que aún conserva no poca influencia entre los votantes del COI --nombró a más o menos el 70% de los actuales--, Juan Antonio Samaranch, y cuentan los franceses con el apoyo disimulado, por mucho que diga, del actual baranda, el señor Rogge.

Veremos quién puede más.

Lo peor de este asunto es que si Madrid no resulta elegida sabe que tardará, como poco, otros ocho años en conseguirlo, ya que después de París correspondería el turno a otro continente.

Nos pondríamos, en el mejor de los casos, en el año 2020.

Eso si no deciden promocionar otras opciones como la africana, que alguna vez le tocará, digo yo.

Muy lejos para nuestras ansias, aunque haya que seguir solicitando y pugnando.

El artefacto explosivo que la ETA de siempre colocó junto al estadio de La Peineta no es el mejor salvoconducto, evidentemente, pero tampoco mengua tantas posibilidades: pocos días antes de conocer la designación de Barcelona, ETA asesinó a un policía en la Plaza de España de aquella ciudad y, sin embargo, no fue óbice para señalar a la que fue sede de los mejores juegos.

Confiemos en que ese criterio permanezca.

Madrid merece, por su tradición de ciudad abierta y acogedora, por su sufrimiento injusto, el premio de demostrar al mundo de lo que es capaz.

Todos los españoles de buena fe lo celebraremos sin límite.

Los de mala fe ya sabemos lo que hacen y lo que dicen.

Pero esos son pocos.

Además de unos hijos de lo que ya saben.