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5 de mayo de 2005

Ernesto y su deseo de enmienda


Un descarrilamiento de enzimas como es la pancreatitis suele cursar con un pronóstico muy grave.

De hecho, le cuesta la vida al paciente en no pocas ocasiones.

Por ello es justo que reconozcamos que Ernesto de Hannover ha tenido la suerte que parece no haber tenido su familia política.

Salir de ésa era complicado, pero ha salido y todos nos debemos alegrar, entre otras cosas porque el muchacho ha prometido corregirse y dejar de beber como un cosaco insaciable.

Ello, beberse hasta el mistol cuando se acababa lo demás, no sólo le ha llevado a las puertas de la muerte, sino que le ha supuesto adquirir una imagen de animal borrachuzo predispuesto siempre a la bronca.

Menudo cartelón para un príncipe o algo así.

El día en que se casaban Felipe y Letizia todos asistimos a uno de los desfiles más agrios de la princesa Carolina, la cual, recordémoslo, tuvo que pasear sola, aguantando el tirón, bajo la mirada del mundo entero desde el autobús hasta la puerta de la Catedral.

Se mascaba el silencio grave de los que por allí andábamos.

Ese mundo entero no necesitó que nadie le explicara la ausencia de su marido: todos sabíamos que debía de haber cogido una turca monumental y que estaría espatarrado en el hotel después de que hubieran intentado despertarle inútilmente con las mangueras de los bomberos de Madrid.

Ernesto ha declarado que quiere seguir vivo para poder ver crecer a su hija, cosa que se comprende.

Sus hijos mayores están liquidando los bienes materiales, que deben ser muchos, ya que los Hannover han sido poderosos de siempre, con castillos, fincas, cuadritos y todo eso.

No sabemos si el empeño del príncipe va a durar mucho: la experiencia demuestra que se puede superar el alcoholismo, pero no resulta sencillo.

Se requiere una extraordinaria voluntad y revivir diariamente la tragedia que ha estado a punto de sufrir.

El consumo moderado de alcohol, en la mayoría de ocasiones, proporciona placeres asumibles, pero su exceso nos puede llevar a la tumba.

Es una enfermedad y nos lleva a comportarnos de manera asocial, bárbara a veces, ridículas las más.

Lo hemos comprobado en el caso de este noble de alta cuna casado con la princesa más deseada de la historia, capaz de protagonizar los cuadros más degradantes, todos ellos fotografiados por la retahíla de reporteros que le siguen.

Que salga de ello y que, si puede ser, ni lo pruebe.

Que compruebe que con zumos de pera se pasa igual de bien.
 


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