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28 de abril de 2005

Démosle tiempo a Benedicto XVI


Espero que Dios me conserve alguna de las virtudes que ocultamente me adornan, porque está claro que la del acierto en los pronósticos no llegó a concedérmela jamás.

Pocas horas antes de comenzar el cónclave vaticano para la elección de nuevo Papa,comenté que estaba claro que el cardenal Ratzinger había elaborado su homilía de despedida con el mensaje de dejar abierto el camino a otro candidato y que sus posibilidades de resultar elegido eran casi nulas.

Toma del frasco.

En rápida votación, Ratzinger fue electo casi de forma unánime.

Qué momento más bueno para haberme callado.

Las dudas que me asaltaban a mí –y a algún que otro “vaticanólogo”, todo hay que decirlo– no parecieron asaltar a los príncipes de la Iglesia que se sentaban bajo las pinceladas de Miguel Ángel.

Ya debieron entrar con el soplo del Espíritu Santo incorporado, porque en un pispás solventaron la papeleta y señalaron al alemán como el sucesor de Pedro.

Hubo en ese momento decepción, dígase, entre aquellos que hubieran querido un Papa surgido de territorios inmersos en desafíos concretos, tales como los que acosan al Tercer Mundo, pero hasta los más escépticos con la figura del Guardián de la Fe reconocen en él a una de las grandes figuras intelectuales de Europa: su altura teológica es inalcanzable y su capacidad de trabajo y observancia también.

¿Es ello lo que necesitan los católicos del mundo en este trance en el que vivimos?

Evidentemente, no estoy capacitado para contestarlo, pero sí me siento un tanto reconfortado por la unanimidad que los purpurados han esgrimido para señalar a una de las manos derechas de Juan Pablo II como continuador de su extraordinaria labor.

De la misma forma que no es igual el hábito rojo que el blanco, este bávaro resuelto no tiene por qué ser igual como Papa que como cardenal.

La extraordinaria influencia de la Iglesia católica en el mundo ha llevado, incluso, a que notorios ateos, agnósticos u otras hierbas, que jamás se hubiesen manifestado ante la elección de un jefe de Iglesia alguna, se manifiesten analíticamente --de forma habitualmente contraria-- ante esta elección, cosa harto llamativa y curiosa.

Algunos católicos decían, no sin razón, que habría que haber elegido un Papa para los que están en el seno de la Iglesia y otro para los que no pertenecen a ella, mucho más a su gusto.

Démosle a Benedicto XVI el tiempo preceptivo para organizar el tiempo venidero.

Los desafíos a los que se enfrenta no son menudos y va a precisar de mucha inspiración para encaminarlos hacia el éxito.

Yo, personalmente, se lo deseo de todo corazón.


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