El mundo del periodismo está lleno de necrológicas anticipadas: se da el caso del redactor que prevé una muerte cierta y deja escrita la crónica sin darse cuenta de que el enfermo puede no morir o alargar más de la cuenta la agonía, con lo que lo escrito no vale para nada y, en el caso de ser publicado, hace el ridículo.

Por eso prefiero ser respetuosamente prudente con las que parecen las últimas horas de Rainiero de Mónaco, de quien dicen se encuentra severamente enfermo y de quien se afirma que está más cerca de la muerte que de la vida.

Algunos portavoces le quitan intensidad a estas informaciones, pero, con todo, la salud del príncipe más glamouroso que hubo en la historia parece encontrarse seriamente resquebrajada.

De hecho, algunas medidas tendentes a la sucesión en la persona de su hijo Alberto ya se habrían tomado, y quizá cuando aparezca el número de esta semana de DIEZ MINUTOS la noticia sea otra: sabemos que él es el heredero y que las cosas de gobierno no le son ajenas.

Pero la dificultad no sólo estribará en gestionar la administración de su pequeño territorio.

Mónaco ha sido un atractivo refugio de millonarios y de nativos privilegiados en el que éstos han encontrado tantos beneficios como los que han dado.

Pero para llegar a ello se ha tenido que promocionar el territorio más allá de lo meramente fiscal.

La finca ha sido atractiva en la medida en la que ésta se ha convertido en un camelot de deslumbrantes personajes y bellas princesas: el auténtico Boletín Oficial del Estado es cualquier publicación de sociedad de todos los países del mundo, y el Baile de la Rosa es, para Mónaco, lo que la recepción de los Reyes de España el Doce de Octubre.

La imagen internacional de Mónaco es su gran argumento de gobierno y, para ello, el trabajo de la princesa Grace y de su marido resultó fundamental.

No digamos los vaivenes de Carolina y de su hermana. Toda la familia ha entendido que el negocio es el negocio y que hay que mantener presencia en los colorines.

Alberto ha colaborado no poco y seguirá haciéndolo, como lo han hecho sus hermanas.

Las desgracias, incluso, han aportado una visión humana de la tragedia en el rostro de gente acostumbrada a la holganza placentera.
Todo entra en esa gran centrifugadora que es el principado. La desaparición de Rainiero, cuando deba de producirse, se traducirá en un lamento mundial sincero: ha sido un hombre apacible y elegante y ha formado parte de nuestras vidas desde que tenemos uso de razón... y alguna revista a mano.

Y el heredero, acabará por tener que casarse.

Toda una prueba de Estado.

Buff...