La interpretación de los “signos reales” es una ciencia cuyos secretos están al alcance de unos pocos. Y yo no me encuentro entre ellos, todo sea dicho.
Los finísimos observadores de los gestos palaciegos acostumbran a entender que una respiración levemente entrecortada es, por así decirlo, un rasgo de inequívoco malestar histórico; también, que una caída de ojos a destiempo es gesto de incomodidad manifiesta, y no digamos si deben interpretar un apretón de manos con fuerza menor a la debida o un abrazo con las palmas de las manos encogidas.
Saben lo que es cada cosa en cada momento. A ellos he acudido para que me ayudaran a interpretar la ausencia de cualquier miembro de la Familia Real –y de la familia del Rey– en la boda del bisnieto de Alfonso XIII y de Francisco Franco, de nombre Luis Alfonso, hijo del fallecido duque de Cádiz, un hombre al que persiguió la desgracia, y de Carmen Martínez-Bordiú, una mujer que persiguió y persigue a la gracia de forma incansable.
Los expertos consultados no se ponen de acuerdo. Puede ser que a la mayoría de ellos les pueda lo políticamente correcto y se dejen llevar por las explicaciones oficiales, que siempre son intachables y lógicas.
Los menos, encuentran explicaciones en el ajuste de cuentas propio de todas las familias: la parte juancarlista de los Borbones recuerda con cierta amargura las pretensiones del padre del novio por la Corona de España, basadas en los gestos confusos del anterior jefe del Estado, y han entendido con poca cintura el que el novio se titulase en las participaciones como Alteza Real.
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