Si la boda de Luis Alfonso ha estado a la altura del comunicado que publicó la familia de la novia anunciando el compromiso, entonces usted y yo nos hemos perdido, querido lector, la boda de nuestra vida.

Este fin de semana se ha casado el bisnieto de Alfonso XIII –y de Francisco Franco– con la hija virtuosa de una de las familias más exquisitas de Venezuela y, por supuesto, más ricas.
 
Cuando alguien es rico en Venezuela –y en este caso estamos hablando de la tercera fortuna del país– es muy rico.

Pero al estilo al que estamos acostumbrados aquí en España, no: rico al estilo Venezuela es tener un pastoral de tal tamaño que los ceros no nos cabrían en la cabeza.

Y cuando se casa la niña de los ojos de un padre con una riqueza tan holgada, éste tira la casa por la ventana.

Menudo bodorrio ha tenido que ser ése. Hasta el punto de que algunos invitados han viajado en un avión privado de diez plazas que el padre ha enviado a Sevilla: ahí iban tan ricamente los Victorio & Lucchino, Los del Río y alguno más, a la República Dominicana, donde fue la boda

Menudo bodorrio ha tenido que ser ése. Algunos invitados han viajado en un avión privado de diez plazas, enviado a Sevilla

La Romana ha sido el escenario elegido por ellos: ni Venezuela ni España. Ni Miami. Un lugar literalmente blindado de seguridad y privacidad con la intención de que ningún intruso metiese las narices.

Hasta tal punto ha sido así, que la familia de ella ni siquiera consideró la posibilidad esbozada por Carmen Martínez-Bordiú de que el dinero conseguido por una hipotética exclusiva fuera donado a las víctimas de los tifones y huracanes de la isla.

Ni siquiera. Una agencia tomó unas imágenes y repartieron los gastos con las televisiones y revistas a los que les interesara la visión de una bella muchacha con sabor venezolano del brazo de un joven español vestido de Caballero de la Orden de Malta y con el símbolo correspondiente de heredero del trono francés, según la versión de los legitimistas de aquel país.

Pero entre tanta presencia, una ausencia: la de la Familia Real española. Todos tenían la agenda hasta arriba, por lo visto.

Me consta que es probable que así sea, pero también que eso le ha sabido al contrayente tan amargo como un café cargado sin azúcar.

Él, que ha ido a todas las bodas de todos los primos y tíos y sobrinos, y que ha conocido de cerca la soledad y los arañazos que a veces tiene la vida cuando reparte la fortuna de los afectos, las ausencias, los accidentes y la muerte.

Que el futuro le depare, en cualquier caso, la sonrisa de los mejores amaneceres.