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14 de octubre de 2004

Hasta siempre Superman


A Christopher sólo le quedaba el vuelo de la imaginación. Tras la aparatosa caída de aquel caballo con el que practicaba su deporte favorito, el hombre que planeaba sobre los rascacielos de Metrópoli quedó atado de pies, mano y cuello a un presidio en forma de silla.

Su historia, dramática para todos por el contraste de ambas imágenes, la fuimos conociendo desde la solidaridad que hace que se encoja el alma cuando ves sufrir a alguien que anteriormente te ha hecho disfrutar. Recuerdo que invité a Reeve a un programa que entonces presentaba yo en TVE llamado “Primero Izquierda”.

Era un tipo altísimo, con una pinta impresionante y una gentileza extraordinaria. Llegó al plató y dejó a todos y todas con la boca abierta. Simpático, buen conversador y sincero, me confesó que sus apetencias vitales iban más allá del cine y que lo que ciertamente le movía los motores del cuerpo era su familia, por la que sentía devoción. Cuatro años después recordé sus palabras cuando conocí las circunstancias dramáticas de su accidente.

Simpático, me confesó, que lo que le movía los motores del cuerpo era su familia, por la que sentía devoción

 
Reeve quedó condenado a la inmovilidad más absoluta, curiosa paradoja de quien protagonizó al más veloz de nuestros héroes. Su lucha, a partir de entonces, se centró en reivindicar el apoyo oficial y particular para la captación de fondos para investigar, a través de las células madre, la regeneración de las fibras nerviosas traumatizadas.

A él no podían beneficiarle las mismas, pero aliviarían el sufrimiento de quienes sólo pueden moverse con la imaginación. Desgraciadamente no ha podido ver los pasos que algún día darán los investigadores: una cardiopatía fulminante, ligada probablemente a su propio proceso tetrapléjico, ha cerrado sus ojos y ha interrumpido su vuelo y su lucha. Deja, no obstante, la imagen de un hombre que no se abandona a su desgracia, que usa su enorme popularidad para espolear debates científicos y sociales.

Hace sólo un año consiguió respirar sin la ayuda de un aparato. Pudo, también, recuperar el olfato gracias a una sencilla intervención, pero ha tenido sólo un año para gozar de esa pequeña libertad. Que vuele su ejemplo por el interior de nuestro recuerdo y que algún día recordemos su pelea cuando la ciencia haya llegado a la estación término.
 


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