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30 de septiembre de 2004

Cibeles, un cúmulo de irrealidades


Ya sostuve en pasadas ediciones que, a mí, lo de la Pasarela Cibeles se me antoja un cúmulo de irrealidades sin excesivo interés. Las alucinaciones con que determinados creadores pespuntean una serie de prendas que poco tienen que ver con la normalidad de la moda me tienen sin cuidado.

No me sirve que me digan eso de que son “tendencias selectivas” que luego se traducen en cotidianas prendas. Ni siquiera me excita en exceso la púrpura exquisita traducida en los perfiles de estrella de las diferentes modelos.

Están muy monas y todo eso y son muy profesionales y muy delgadas, pero me carga un poco la cara de perdonavidas que lucen en los desfiles. Vamos, que no me quita el sueño ni la Pasarela ni Gaudí ni nada parecido.

Los esporádicos no sé si van por la relevancia que brinda estar en primera fila con las piernas cruzadas y las manos tomando nota

 
Sin embargo, un certamen de este tipo –al que los profesionales de la moda le dan mucha importancia– concita la presencia de no pocas luminarias sociales.

Éstas acostumbran a expresar un asombro extasiado ante el derroche de arte que supuestamente observan. Ello interesa mucho a las publicaciones y suelen, en consecuencia, recoger su presencia: la de la ministra Carmen Calvo, por ejemplo, que es mujer con cierto gusto por la moda y no resulta ajena a las corrientes creativas, lo cual está bien.

Además de la autoridad, están los aficionados y los esporádicos, ésos que nunca sé si van por amor a la moda o por la relevancia que brinda estar en primera fila con las piernas cruzadas, la mirada muy atenta a los modelos y las manos ocupadas en tomar notas.

Y luego quedan todos los cronistas ensimismados: venga y venga reportajes en programas o telediarios, venga comentarios en la radio –para empezar, en mi programa–, venga fotos...

No le veo la utilidad en salir vestido con hojas de ficus o bombillas de feria. Ya me dirán dónde está la genialidad

 
Bueno será si eso revierte en un bien para una industria que devenga no pocos beneficios a la economía nacional, según tengo entendido.

Pero muchos tendrán que brindar para que me convenza de que las extravagancias que lucen las paseadoras tienen que ver con la moda: no pocas “creaciones” ante las que se asombran los presentes no pasan de ser mamarrachadas que nadie en su sano juicio consideraría elegante ni práctico.

Ya sé que no lo cosen con la idea de lucirlo una noche de verano, pero tampoco le veo la utilidad en salir vestido con hojas de ficus o bombillas de feria. Ya me dirán dónde está la genialidad.

Cuando afirmo esto, me llevo unas broncas tremendas. Pero no sería fiel a mí mismo si afirmase lo contrario. Qué le voy a hacer.
 


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