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23 de octubre de 2003

Beth, desafinada, pero guapa


La frase más escuchada después de acabado el festival de Eurovisión ha sido, probablemente, la de “no pudo ser”, seguida muy de cerca por el feliz juego de palabras que han escrito cientos de cronistas: “Otra Beth será”. Añado yo: pues qué se le va a hacer.

A la representación de TVE en ese festival le pasa lo que a la Selección Nacional de Fútbol, que cuando llega un Mundial casi siempre parte de favorita, casi siempre se especula que llegará a la final, que los adversarios están muy temerosos, que se apuesta por ella... y a la hora de la verdad no hace absolutamente nada. Pues con lo de Eurovisión pasa parecido: en los ambientes festivaleros siempre se da por hecho que la mejor canción es la española, que la intérprete lo borda, que los ensayos dejan boquiabiertos a los espectadores, que es la favorita sin duda (así desde Karina, poco más o menos)...

España, entre el pelotón

Pero luego llegan las votaciones -“espein chu poins, lespañe de puán”-, y quedamos discretamente entre el pelotón. Puede que tenga que ver con el sino de los españoles, que parece que nos vamos a comer el mundo y luego el mundo se lo suelen comer otros.

La canción de este año estaba en la línea de la mayoría del festival: no era tan mala como la del pasado (que era mala como un dolor), pero tampoco destacaba. Toda canción eurovisiva que se precie está basada en un poderoso ritmo y en un par de estribillos de extraordinaria simpleza que intentan ser lo más pegadizos posibles. No hay más misterio. Los intérpretes tampoco suelen ser primeras figuras y basan buena parte de su gancho en la puesta en escena: tres o cuatro muchachas con ropa intercambiable o cuatro muchachos que recuerden a los del Ballet Zoom.

A Beth le ha pasado factura la inexperiencia

Luego llegan las votaciones y a ver qué tejemaneje se sacan de la manga. Con la novedad de las votaciones populares a través del teléfono no parece haber cambiado el habitual cambalache de votos de unos países a otros: se siguen votando los mismos y casi con los mismos puntos, tal como iba pronosticando el infalible Uribarri, profesor donde los haya.

A nuestra atractiva intérprete de este año le ha pasado factura, lógicamente, la inexperiencia: cantar y bailar al mismo tiempo, afinar y moverse, recorrer un escenario y vocalizar a la par es muy difícil, hacen falta muchos años de práctica y pericia para hacerlo. Pero que tampoco se desespere: estuvo simpática, como es, además de digna y guapa. Desafinada, pero guapa.



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