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29 de febrero de 2004

Manuel Díaz, un buen tipo


En Manuel Díaz se da la concordancia entre la imagen que se tiene de alguien y la realidad concreta de su persona: el torero tiene pinta de buen tipo y, efectivamente, lo es.

Vengo manteniendo desde hace años que el público suele tener un detector de metales en la nariz que le permite discernir entre la apariencia y la certidumbre, entre quien se hace el simpático y quien de verdad lo es, entre quien trabaja y se esfuerza y quien es un cantamañanas.

Se le puede engañar un tiempo, pero las apariencias suelen tener recorrido corto y si alguien es un chufla, el gentío, tan sabio, lo toma por chufla.

En Manuel, tanto el aficionado como el espectador general, se supo ver desde el principio al joven humilde y esforzado que logró encauzar su vida desde unas condiciones afectivas poco favorables, ya que la mitad de su familia fue sólida –su madre, sus hermanos– y la otra fue líquida.

 El torero se ha casado con una muchacha de rostro dulce y escotes arriesgados, de la que está esperando, parece, un varón

Ya sabemos a lo que nos referimos. Su ascenso hasta los primeros peldaños del escalafón de la vida no fue sencillo y sólo la constancia y el empecinamiento le han valido de pasaporte para el triunfo.

Triunfo personal y triunfo profesional. A estas alturas puede resultar innecesario recordar que se casó por lo espectacular –bodorrio multitudinario y generoso, de los que causa delirio entre la población expectante–- y que se separó por lo natural, ya que lo que no es, no puede ser, y además resulta imposible.

Hubo encantamiento, precipitación y estereotipo, pero no lo que tiene que haber para dar un paso de esas características. Ahora, con otro sosiego, el torero ha casado con una muchacha de rostro dulce y escotes arriesgados de la que está esperando, parece, un varón, cosa que celebramos todos, incluida su primera mujer, que en un rasgo de señorío y sinceridad ha mezclado la melancolía con los mejores deseos.

El diestro empieza una temporada más en la que seguirá jugándose la vida en esa forma suya de torear simpática y valiente

Dicen los auténticos aficionados a la fiesta que mientras se torea no se puede tener la cabeza en otro sitio y que el corazón hay que tenerlo quieto y estabilizado; de lo contrario, el toro se da cuenta y te deja un recuerdo en forma de cicatriz.

Con la estabilidad que se le presume después de su boda en colorín y calorín, el diestro empieza una temporada más en la que seguirá jugándose la vida en esa forma suya de torear simpática y valiente –en realidad, se torea como se es-–, y tras esta nueva paternidad que se avecina, Manolo crecerá unos centímetros de madurez para asentarse en lo que siempre ha sido: un luchador infatigable y una buena persona. La gente lo sabe y por eso le felicita.
 


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