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4 de noviembre de 2018

«El médico» y la mujer del médico


Iván Macías, el creador de la idea, se plantó en la casa de Noah Gordon, le interpretó la partitura a piano, y Gordon dijo: "He oído mi libro"

Gran tradición la de los musicales. Desde El hombre de la Mancha hasta Jesucristo Superstar pasando por Evita y alguno más, Madrid asistía a la importada tradición de las comedias musicadas interpretadas por grandes intérpretes locales. No era cosa menuda: Camilo Sesto, Pablo Abraira, Paloma San Basilio, Nati Mistral y otros muchos grandes, con mayor o menor éxito, animaron la escena de la capital de España. Desde que llegó Hair, el aficionado a tan noble arte comprobó que no hacía falta desplazarse a Londres o Nueva York para deleitarse con alguno de los grandes pelotazos creados por ahí afuera. Es verdad que el enfermo de los musicales no dejaba de visitar esos teatros cuando las posibilidades de viajar no eran las mismas: el inolvidable primo Manolo (primo de mi madre), a cuya memoria dedico este suelto, fue un pionero que recorría el mundo de escenario en escenario. Hablaba de Broadway como el que hablaba de Las Ramblas, y nos llenaba las tardes de domingo de relatos maravillosos de escenarios, artistas y obras inmortales. Su otro yo, Luis, al que desde aquí mando un emocionado abrazo, podrá corroborar que fueron los pioneros en España en visitar teatros del mundo entero, por Europa y América, cuando aún ni se pensaba en viajes low cost y viajar era cosa de quienes hacían un esfuerzo notable. A los dos, ya Manolo desaparecido, les habría de encantar darse una vuelta por el Teatro Nuevo Apolo de Madrid, donde un grupo de andaluces como Manolo, almeriense de Cuevas (Luis es valenciano), han estrenado, para el pasmo de muchos, un musical que no deja de asombrar a quienes conocen los intríngulis de ese negocio.

A lo largo de muchos años viajando por ahí he visto todo tipo de musicales: obras maestras y petardos de primera división, emocionantes escenografías, inspiradas partituras, historias magníficamente adaptadas, frente a ladrillos voluntariosos de siesta obligada, aunque estos hayan sido los menos. Me maravilla cómo los directores escénicos despliegan una feroz imaginación para reproducir en escenarios pequeños distintos campos de batalla, mínimos o grandiosos, en los que desarrollar la acción, y me deslumbran los intérpretes capaces de cantar, bailar, declamar y transmitir emociones a lo largo de algo más que dos horas. Pero lo de El médico conlleva elementos añadidos que paso a explicar.

A Manolo y a Luis les habría de entusiasmar, como digo, la adaptación del exitoso libro de Noah Gordon. Iván Macías, el creador de la idea, se plantó en su casa de Boston, le interpretó la partitura a piano, de tal modo que el creador del best seller solo acertó a decir: «He oído mi libro». Desde ahí, esta gente de Moguer (La luz con el tiempo dentro) lo hizo todo: buscó la forma de llevar a la escena la adaptación del libro y desarrolló el espectáculo en su concepto total que ha acabado, tras inagotable trabajo, en una apuesta escénica desconcertante y sublime en un teatro de Madrid. Un musical español, desde la traducción del libro hasta el último gorgorito, está a la espera de que se acerquen a aplaudir a artistas de primer orden en una obra que se acerca a las tres horas, pero que no resulta interminable. Cuando titulo este artículo como lo titulo, no lo hago por retruécano alguno, sino porque del desarrollo de la obra me quedo con el lirismo desmedido del personaje parejo al protagonista. El médico en cuestión, que busca a Avicena en la lejana Persia para que le enseñe los secretos de la medicina, tiene una esposa que le acompaña en la difícil aventura de los siglos y los predadores feudales de su tiempo: ese papel, interpretado por la jovencísima Teresa Ferrer, es un regalo para los aficionados. Me dicen que ella es suplente de la gran Sofía Escobar, que desarrolla un portento lírico con la partitura, pero a quien yo vi esa tarde es a una gaditana de veintipocos años que, literalmente, me aplastó en la butaca, no dando crédito a su capacidad dramática y que, a mi modesto entender aprendido de las lecciones del primo Manolo, se lleva la obra de calle. Tanto ella como Adrián Salzedo, el gran Ricardo Truchado y demás artistas de primera línea invitan a una tarde inolvidable y encienden un modesto destello de orgullo patrio por las cosas bien hechas. Enhorabuena de corazón.


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