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11 de marzo de 2018

Un catalán de Tenerife


El joven catalán, Santiago Puig Serratusell, en compañía de su padre, buscó y localizó la financiación necesaria para crear el embrión de lo que es hoy una de las zonas más prósperas y completas del turismo nacional

Allá por los sesenta llegó al sur de Tenerife un joven empresario de Granollers llamado por algunos propietarios de terrenos de la zona más meridional de la isla. Hacía falta tener buena vista para entrever siquiera un interesante futuro a aquellas tierras áridas, llenas de barrancos, sin caminos ni luz ni comunicaciones de cualquier tipo. Sin siquiera playas. Pero eran millones de metros cuadrados entre los dos municipios de Arona y Adeje, y la zona estaba bendecida por un clima bonancible excepcional. El joven catalán, Santiago Puig Serratusell, en compañía de su padre, buscó y localizó la financiación necesaria para crear el embrión de lo que es hoy una de las zonas más prósperas y completas del turismo nacional. Nació Playa de las Américas y, tras ella, todo el desarrollo que va de Los Cristianos a Santiago del Teide, completando una oferta hotelera y de vacaciones sin comparación posible. Para crear la zona primigenia hubo que construir espigones y conseguir que se formaran diversas playas, trazar carreteras, garantizar agua y luz, empezar a levantar hoteles y, con los años, un aeropuerto. Los europeos que desde septiembre empiezan a helarse en Suecia o Alemania no dudan en viajar desde sus capitales a guarecerse en enero (temporada alta) en cualquiera de los muchos lugares donde alojarse. Rusos que han comprado apartamentos, holandeses que tienen pequeños chalés, ingleses, italianos, belgas o noruegos que rentan por semanas cualquiera de los pisos de los muchos complejos turísticos o, directamente, se alojan en hoteles que abarcan toda la escala, desde el gran lujo hasta el más económico. Y españoles, claro. Eso había que intuir que podía ser así, cosa que no era fácil y, ciertamente, ello está al alcance únicamente de los osados y visionarios capaces de arremangarse y trabajar sin descanso, como el catalán de Granollers. Cada año me gusta echar un par de días, mientras la Península está helada, en Tenerife, empezando por Santa Cruz y buscando finalmente el sur. Resulta muy agradable recorrer en agradable paseo los diez o doce kilómetros que van desde La Caleta de Adeje hasta las playas y el núcleo urbano de Los Cristianos. Se echa uno a andar en mangas de camisa, cuando no en traje de baño, desde el viejo núcleo poblacional de pescadores, delicioso reducto, y va atravesando una selva humana curiosa y un paisaje turístico salpicado de hoteles siempre concurridos que hacen muy agradable la travesía.

En La Caleta me gusta comer en La Vieja, donde me fríen bien el pescado y me trabajan unos arroces que resultan absolutamente homologables (solo les sobra el dichoso cilantro). Buenos vinos canarios, muy buenos, acompañan toda la gama. Y así. Recomiendo, como acostumbro a hacer anualmente, el restaurante Las Aguas en el hotel Bahía del Duque: Braulio Simancas despliega una técnica y sensibilidad, especialmente con los pescados de esa zona, digna de una estrella Michelin o Michelon. En el mismo Beach Club del hotel he pasado ratos sencillos pero sabrosísimos. Como los he pasado probando una exquisitez inaudita e inesperada en el Mesón Castellano: los chips de morena, ese pescado de anguiliforme mala leyenda pero de exquisito sabor, chips que resultan adictivos y se me hacen incomparables, aunque hay quien me asegura que en el restaurante El Risco de Lanzarote también son de órdago. No he ido, pero lo apunto. En Guía de Isora uno puede mecerse en las dos estrellas de Martín Berasategui en el hotel Abama, pero la sorpresa del viaje ha estado algo más allá, en Los Gigantes, Santiago del Teide (bella localidad ya camino del norte), en una recoleta plaza donde se anuncia un pequeño lugar llamado El Rincón de Juan Carlos: una familia capitaneada por Juan Carlos Padrón me dio un recital inolvidable de finura y elegancia en elaboraciones pequeñas llenas de originalidad y de sabor. Su estrella es bien merecida.

Evidentemente, si cae por Santa Cruz no deje de visitar mis inevitables santuarios: El Coto de Antonio y también Sagrario, ambos obligatorios, si quiere comer bien. Y añada el último descubrimiento del paseo de este año: San Sebastián 57 (el gusto por el vino), que ya pasa a formar parte de mis irrenunciables por su cocina y su espectacular bodega.


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