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El Semanal
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31 de julio de 2005

Murphy, ese hombre


A través de leyes engañosamente sencillas expresó verdades de hondo calado 

 

El doctor Lawrence J. Peter sentenció en uno de sus estudios sobre ciencias sociales el incontestable principio de que «si uno hace cosas estúpidas, obtendrá resultados abismales». Aseguraba haber leído en un trabajo sobre terremotos que si un individuo construye su casa sobre una grieta de la Tierra la culpa de que se derrumbe en la primera sacudida es suya, no de la Tierra. Claro está. Pero, al poco, el autor de Los principios de Peter descubrió a Murphy, uno de los más grandes filósofos cotidianos que, a través de leyes engañosamente sencillas, expresó verdades de hondo calado sobre diversos aspectos humanos, y replanteó inmediatamente sus postulados incorporando un nuevo factor al binomio acción-reacción: la variable Murphy.

Murphy, el hombre que dejó escrita una frase digna de ser esculpida en mármol en el recibidor de cada casa –«Si algo puede ir mal, irá mal»– escondió su identidad en la bruma de la historia: no se sabe a ciencia cierta quién fue, aunque se especula mucho acerca de un tal Edward Murphy, ingeniero de una empresa norteamericana que quebró después de haber emprendido notables aventuras industriales muy bien apreciadas por el establishment de la época.

El doctor Peter cree incluso que pudo haber sido una mujer, no un hombre, aunque lo cierto es que fue el escritor californiano Arthur Bloch el que resumió y publicó todas sus leyes en un desternillante libro repleto de pesimismo existencial por todas partes y despertó el interés mundial por un sujeto de esa calaña. Murphy, que también dijo que «Todo requiere más tiempo del que piensas» o que «Nada es tan fácil como parece», inspiró en cualquier caso este catálogo de leyes aforísticas que de forma tan clara proporciona una explicación racional a nuestras flaquezas y nos ayudan a tomarnos en broma a nosotros mismos.

Vienen al pelo en los momentos esos en los que suena el timbre de la puerta justo en el instante en el que uno se ha sentado en la taza del inodoro: en teoría, uno ha hecho lo correcto, pero, sin embargo, los resultados son malos. ¿Qué ha ocurrido? Que la naturaleza está siempre del lado del defecto oculto, y eso se percibe también cuando los tres acontecimientos interesantes que se celebran en el curso de varios meses vienen a coincidir en la misma noche o cuando, al intentar complacer a todo el mundo, alguien siempre resulta contrariado. Hagamos las cosas como las hagamos, nos damos cuenta de que ese gran hombre tenía razón al decir que «Toda solución engendra nuevos problemas» o que «Dejadas a ellas mismas, las cosas tienden a ir de mal en peor». De hecho, todas sus leyes no hacen sino enfatizar la primera, su gran y resignado descubrimiento universal anteriormente labrado en piedra; sin embargo, rápidamente se le asignaron muchas otras nacidas de la simple contemplación de la vida, subclases de la original y aplicadas a profesiones específicas.

A los grandes filósofos les ha pasado siempre eso: no todo ha surgido de sus silogismos, aunque parezca alumbrado por su pensamiento primero. No obstante, Murphy es Murphy y no conviene confundirlo, para algo fue él quien dejó dicho que «Es más fácil meterse en algo que salir de ello» y que «Si maniobras con algo el tiempo suficiente, se romperá». Lo de la tostada con la mermelada que se cae siempre por esa cara no me consta en los archivos, mejor parece añadido por el vulgo desayunante. Suya sí es esta magnífica apreciación contable que se ha demostrado irritantemente cierta: Si las probabilidades de éxito son de un cincuenta por ciento, eso significa que las probabilidades de fracaso son de un setenta y cinco por ciento. Analícelo usted detenidamente y verá como es cierto.

Un fenómeno éste Murphy. Piense en las muchas aplicaciones de su razonamiento aplastante y concluya que usted también ha sido víctima de todas las fatalidades. Pero piense que siempre todo es empeorable, no en vano un grupo de observadores realistas aseveró sobre su aforismo fundamental la crítica más severa: «Por mucho que diga, Murphy es un optimista». O sea, que aún puede ser peor.


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