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22 de marzo de 2015

No sin mi iPod


AMPLIAR¿Cómo era nuestra vida antes del iPod? Inmediatamente antes de que Steve Jobs presentara aquel artilugio con rueda y pantalla, uno tiraba mucho de minidisc: la fidelidad era alta y la capacidad de almacenamiento, poca; con lo que había que cargar con diez o doce minidisquetes para juntar un puñado escaso de canciones. Yo, que soy de caminar mucho y hacerlo con música en los oídos, llevaba los bolsillos que parecían alforjas. Hasta que llegó el aparatito y se fue perfeccionando.

Con la aparición de la versión Classic de 160 gigas alcanzamos muchos la felicidad deseada: cerca de 40.000 piezas podían organizarse en interminables listas de reproducción y dar respuesta para cada situación. Almacenar música era posible en medio paquete de tabaco, con lo que nos pusimos a digitalizar nuestras discotecas y, con el tiempo, a guardar los vinilos y acceder a la música a través de todo tipo de plataformas. Han sido quince años de felicidad mal contados. Alguien se ha preguntado por el sentido que tiene mantener un dispositivo como el iPod cuando la gente está siendo educada a no almacenar: que almacene otro a quien pagarle cuatro perras al año y poder conectarse con él mediante tarifa plana y escuchar lo que se quiera. A través de los smartphones, claro, que también le vendo yo. Incluso ese alguien, como Spotify, ya les elabora listas según su estado de ánimo o necesidades. Pues dejo de fabricar el iPod y arreando. Con dos cojones.

Soy, como muchos, de los que echo más en falta el iPod que el teléfono móvil. No hay paseo sin ilustración ni fiesta en la que no triunfemos Javier Caraballo, José Luis Salas o yo con nuestras selecciones. Eliminar este aparato de nuestras vidas es una traición de Apple que jamás pienso perdonar. Un smartphone que reproduce canciones en streaming no suena, para nada, ni de lejos, como suena un iPod. Es infinitamente más pobre, más plano, más soso. Los jartibles que antes de pasar una canción a través de iTunes la ecualizamos, la pulimos, le recortamos finales, sabemos que no tiene nada que ver. Pero claro, cuando se rompa nuestro último aparato que como todo lo de Apple tiene vida limitada, ¿qué haremos? El anuncio de la muerte del iPod ha desatado un mercado de segunda mano en el que ya se piden cantidades considerables, con lo que veremos pagar burradas por un Classic de 160 gigas. Al tiempo.

La empresa de Cupertino quiere que lo sustituyamos por el iTouch. Es cierto que este último tiene prestaciones añadidas, como el acceso a la Red o la reproducción de vídeos con más calidad, pero la capacidad solo alcanza, en el mejor de los casos, los 64 gigas. De 160 a 64 hay un trecho. Se me dirá que con 64 me sobra para escuchar lo que considero imprescindible, unas quince mil y pico piezas, que es más de lo que yo puedo escuchar a ritmo razonable. A lo que yo repongo: ¿y usted qué sabe que soy capaz de escuchar yo si me pongo? Y añado: ¿quién le ha dicho a usted que yo me tengo que comportar como la media de señores que solo apura su iPod en un treinta por ciento? La compañía, por demás, ha argumentado que cada día le cuesta más encontrar los materiales para su fabricación, lo cual es un cuento chino. Tienen que vender otras cosas marca de la casa, que es lo que hace Apple: al final has de cambiar el ordenador de mesa si has cambiado de iPad, por ejemplo, ya que no te deja actualizar softwares. No permite según qué compatibilidades, vaya. Y Apple no es barato. Lo dice uno que pertenece a La Secta, conste, pero que está muy cabreado. Ya veremos si este flamante iWatch de Superagente 86 nos da alguna alegría, pero hasta que no hagan crecer el iTouch que fenecerá a no tardar mucho habrá que cuidar nuestra joya de la ruedecilla como si fuera un niño pequeño.

Ya lo he escrito en más de una ocasión: no sin mi iPod. Lo siento.

 


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Comentarios 1

24/03/2015 22:39:06 lopetegui
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