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8 de marzo de 2015

Julio, predilecto


AMPLIARLa muy estimulante Cristina Elorrieta es, posiblemente, la mayor fan de Julio en el planeta en el que les ha tocado vivir a ambos. Julio es Julio y no precisa de ser apellidado de inmediato. Si hubiese otro lugar habitado en las diferentes galaxias que nos rodean incluso sin necesidad de salir de la nuestra, que es de por sí lo bastante grande como para perderse, y si hasta allá hubieran llegado los trinos del trovador español laureado en todo confín, dudo que existiese una seguidora tan contumaz y persistente. Raro es el día en el que la proteica e inagotable Cristina, compañera administrativa de mi estación radiofónica, no me hace llegar alguna efeméride muy, muy concreta. «Vas a poner a Julio hoy, supongo», me escribe. «Pues no lo tenía programado», respondo. A lo que me repone: «¿Cómo es posible? ¡Hoy hace dos meses que se dobló el tobillo al salir del coche en el aparcamiento de su restaurante favorito de Singapur!». Y así sin descanso. Resuelta e imprevisible, la asturiana Elorrieta sabe sus canciones, sus matices y sus quiebros en todas y cada una de sus grabaciones, que alcanzan, por cierto, la cifra de ochenta discos, vendidos a unos trescientos millones de personas en el mundo entero.

Tiene razón, no obstante ser muy 'seguía', en su valoración artística: Julio Iglesias es un tipo digno de admiración. Las cifras le avalan: usted puede chequearlas en cualquier página de Internet, con lo que me evito desgranarlas. Quien esto escribe, seguidor de Van Morrison o de Tom Waits o de John Fogerty, que no son precisamente coincidentes en estilo con el madrileño, es un seguidor de Julio que no se ruboriza por llevar en su iPod cerca de cien canciones de aquel muchacho algo soso que debutó en el Festival de Benidorm por cierto, valiente melonada de Apple retirando el iPod y pretendiendo sustituirlo por el iTouch de solo 64 gigas, materia de un próximo artículo. Ha conseguido establecer un espacio personal solo reservado a los grandes clásicos de la música y ha alcanzado la proeza de mantenerse en una cumbre difícilmente accesible. Su éxito no está en discusión. Su intensidad, para algunos, sí, pero ese es objetivo en desuso: el objetivo comercial de Julio no es reivindicar poetas malditos ni retratar sórdidos escenarios sociales, cosa muy loable ciertamente, pero suficientemente cubierta por vates diversos. Tony Bennett no precisa de ponerle música a poemas de Walt Whitman para ser un standard respetadísimo. Lo mismo Iglesias, que canta canciones que fácilmente podemos aprendernos y repetir en necesarios instantes de levedad, y lo hace con una efectividad demoledora. Por demás, es un individuo al que en muy pocas ocasiones yo no recuerdo ninguna ha tenido una palabra más alta que otra en contra de nadie. No se le conocen salidas de madre ni orines fuera del tiesto. Jamás ha desacreditado opción política ni social alguna. Ni se le conocen desaires a su público ni a sus seguidores. Ha declarado manifiestamente su amor a su país y lleva un capazo de años haciéndose perdonar el éxito.

Recientemente publicaba una columna el gran Álvaro Martínez en ABC en la que recordaba estos extremos en forma de glosa a su nombramiento como Hijo Predilecto de Madrid, que le otorgaba el Ayuntamiento de la capital de España, cuna del artista. No sabía hasta leerle en la contra del periódico que Izquierda Unida y el Partido Socialista se habían abstenido de apoyar la moción en virtud a una tontería procesal. En realidad, abstenerse es una forma de negarse, de estar en contra, de oponerse. Y a buen seguro que lo hicieron por miserables y mediocres prejuicios de carácter político, pusieran la excusa que pusieran, que reproducida ahora aquí no haría si no que mover a la risa. Creen, en una palabra, que no apoyar su nombramiento les granjeará aplauso entre sus bases y que están ideológicamente obligados a ello. Bien, forma parte de la poquedad y miseria de algunos izquierdistas españoles que aún creen vivir en trincheras ideológicas trasnochadas. A Julio no sé si le ha importado, pero aviso a estos fenómenos que Cristina está de una mala leche que no sé por dónde le va a salir. Y que con ella se han buscado una enemiga que yo no la quisiera por nada del mundo.


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