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8 de junio de 2014

Hay que ir a Málaga


En menos de un kilómetro cuadrado, a la orilla del mar, usted puede visitar una exposición de Marina Abramovic en el Centro de Arte Contemporáneo; un puñado de obras de Sorolla o Zuloaga en el Museo Carmen Thyssen; obras de Picasso en la casa museo que lleva su nombre; y, dentro de poco, admirar trabajos de Kandinsky o Bacon en el Centro de Arte Georges Pompidou, o piezas únicas de Tropinin, Levitan o Venetsianov en el próximo Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, que habrá de instalarse en el edificio de Tabacalera. No es mala oferta. ¿Y eso dónde?: en Málaga.

La capital costera es el destino urbano que más crece: bien conectada, con excelente oferta hotelera, puerto listo para recibir cruceros a mansalva, añejo aire cosmopolita y descomunal oferta cultural que hacen que millones de personas cada año dirijan sus pasos a Málaga. La noticia de la incorporación a su plantel museístico de esta delegación del Museo Ruso completa un círculo virtuoso y enormemente atractivo para el visitante con inquietudes culturales. Se trata de la primera relación entre un museo de aquellos lares y una sede española, y permitirá ver colección estable de casi un centenar de piezas retratos, paisajes, iconos desde el siglo XV hasta nuestros días. El museo cuenta con medio millón de obras datadas desde el siglo X, es decir, que la perspectiva de exposiciones temporales es apetitosa. En el edificio de Tabacalera también se puede visitar el delicioso Museo Automovilístico de Málaga, que ahí seguirá, y puede que incluso una buena colección de murales de Sol Lewitt, en el caso de que les quepa la monumentalidad de ese enorme artista norteamericano padre de toda conceptualidad.

Los franceses del Pompidou también han elegido la capital malagueña para salir de Francia por primera vez. Unas setenta referencias viajarán a instalarse, amén de las muestras temporales que andan de gira por medio mundo. Todo ello supone una notable inversión, pero derrama un beneficio muy superior: afluencia de visitantes garantizada, todos ellos con dinerito para gastar, y recolocación del nombre de tu ciudad en los circuitos internacionales. Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao saben que la cultura es un buen negocio. Málaga también, ya que el visitante y el lugareño pueden hacerse una idea muy completa del arte de tres siglos consecutivos, XVIII, XIX y XX, recorriendo un circuito atractivo, a orillas del Mediterráneo, en el renovado mobiliario urbano del centro de la ciudad. Málaga ha experimentado un cambio insospechado, embelleciéndose en su centro histórico y creciendo en fachada marítima de forma inmisericorde. Ha ganado playa en Malagueta, ha mantenido el sabor de Pedregalejo y Palo y ha revitalizado el barrio de Huelin haciendo de su frente hacia el mar algo insospechado pocos años atrás. Dos o tres proyectos empresariales en su centro, en la plaza de la Merced, van a asombrar a muchos, y el dinamismo comercial promete mantener alto todo tipo de oferta.

En Málaga se come bien y se bebe mejor: no hace tantos años que su oferta de restauración se limitaba a freír bien todo tipo de peces, más bien pequeños, o asar sardinas en espeto cosa deliciosa por cierto; ahora, la dinámica cocina local ofrece unas posibilidades inagotables. Aquel era un tiempo en el que cuando llegabas a la capital malacitana te dirigías a cualquier chiringuito playero y te dejabas llevar por el perfecto equilibrio de harina y aceite. Eso o te marchabas a Frutos, en Torremolinos, donde un inolvidable segoviano servía una calidad inalcanzable para muchos (siguen sus hijos y es un establecimiento magnífico, que me gusta frecuentar). Hoy los chiringuitos siguen (hará unos días, Gutiérrez me brindó una comida sabrosa y soleada a la orilla del mar), pero la variedad gastronómica ha equiparado a la ciudad con otras de su tamaño y trascendencia. El clima acogedor, la amabilidad de gente y costumbres y las mil formas de pedir el café no dejan lugar a dudas: hay que ir a Málaga. Y quedarse un tiempo hasta verlo todo.


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