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16 de marzo de 2014

Aspirinas para un moribundo


No ha pasado ni una semana antes de que vuelva el petróleo venezolano a tiznar esta misma página. Es el petróleo que el régimen bolivariano que preside este pintoresco señor que habla con los pajaritos regala a las patrias hermanas -Bolivia, Nicaragua- o a la patria madre -Cuba-. No hay que ser un lince en política internacional para concluir que la caída del chavismo heredado provocaría un derrumbe de fichas de dominó mediante el simple mecanismo del corte de suministro. En la Cuba en la que siguen mandando los hermanos Castro después de casi sesenta años, tiembla hasta el misterio con solo contemplar la posibilidad de que ello pudiera ocurrir, con solo imaginar que deje de llegar el petróleo regalado para el consumo y el regalado para que el castrismo lo revenda por ahí. Dejar de disponer de cientos de miles de barriles diarios supondría volver a un nuevo y temido 'periodo especial', es decir, a cortes de luz, a ausencia de transporte público, de combustibles, de suministros varios y de alimentos.

No es que ahora proliferen o sobren, pero algo hay: cuando los soviéticos dejaron de comprar la caña de azúcar al precio desorbitado por el que lo hacían, cuando Gorbachov mandó parar, en la isla se acabaron las pocas alegrías con las que se vivía, se volvió al racionamiento severo y se recrudecieron todas las prohibiciones. Cuba casi nunca ha sido del todo de los cubanos, pero entonces comenzó a ser exclusiva de la Nomenklatura y de los turistas. En la memoria de cada ciudadano sin privilegios la práctica totalidad, a excepción de la clase dirigente del partido está cada una de las penurias de ese periodo. Ello no significa que naden en la abundancia, pero algunos tienen margen para resolver, siempre que vivan en la capital y puedan tomar 'impulso', o sea, trabajar en puestos que permitan apartar algún insumo de la circulación. La caída bolivariana, saben, significaría volver a buena parte de lo sufrido, y la pregunta es hasta qué punto podría aguantarlo la población.

Es cierto lo que afirman sus cuadros dirigentes cuando se les plantea ese escenario: el Estado cubano y su gobierno, que es lo mismo, han venido procurando una diversificación práctica que les permita colocar los huevos en varias cestas, y así han llegado a acuerdos estratégicos y comerciales con Brasil, Argentina o dentro de poco con la Unión Europea, pero ninguno de esos países va a dar nada que no suponga obtener contraprestaciones, cosa que no ocurre con la Venezuela bolivariana, que entrega petróleo a cambio de un puñado de médicos y otro de matones con los que sacudir a sus opositores.

Algunos quieren ver en los tímidos destellos de reforma que el régimen ha puesto en marcha el inicio de una senda hacia libertades de creación más fructíferas para la sociedad y su riqueza. Digamos que, en un principio, no pasan de ser aspirinas para un moribundo; pero digamos también que, conociendo el paño y lo radical de su inutilidad, el hecho de contemplar la libertad de convertirse en 'cuentapropista', es decir, trabajador por cuenta propia, es un paso insospechado pocos años atrás. Apenas supone un puñado de inservibles pesos cubanos, pero a algunos empieza a permitirles comer carne -cuando la hay- una vez al mes. Los cubanos ya pueden salir del país -siempre y cuando tengan medios y un lugar al que ir, un lugar que los reciba- y pueden comprarse un coche -siempre que dispongan de los doscientos mil dólares que vale un Peugeot, lo mismo que un Ferrari en París-.

Pueden hospedarse en un hotel cosa que hasta hace cuatro días les estaba prohibido, por increíble que parezca y pueden tratar con extranjeros siempre que no los acosen. Pero que a ninguno se le ocurra poner en duda la bondad suprema de la Revolución ni pensar que se puede disentir en plaza pública del régimen y sus dirigentes. Ese va directamente al trullo, a comerse sus palabras en interminables días de soledad y martirio, como los que pasó Huber Matos, fallecido quince días atrás, hombre de una pieza, combatiente contra Batista, disidente fidelista, que consumió veinte años de su vida, con todas sus noches y sus días, en las cárceles cerradas de la inmensa cárcel al aire libre que es la bella Cuba de nuestra vida.


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