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17 de marzo de 2013

Amura, sobre un mar de plástico


 

A mediados de los años cuarenta llegó a Almería, convocado por alguna autoridad que no recuerdo, un geólogo belga de nombre Karl Vingheroets. Venía de África y de Oceanía y tenía el encargo de analizar las corrientes subterráneas que corrían por tierras de El Ejido, Roquetas, Dalías y alrededores. Karl, que enseguida pasó a ser Carlitos, abrió un par de pozos y descubrió que no pocos ríos subterráneos bajaban desde Sierra Nevada y desde la Sierra de Gádor (aguas purísimas) hacia el mar y que eso podía comprobarse dándose un baño en Aguadulce (justo frente a la casa de mi tío Alberto) y notando cómo el agua cambia milagrosamente de temperatura unos diez o doce grados en función de la profundidad. Pero descubrió más: en su casa de Ciudad Jardín (a la vera de donde vivían Los Palanca o el gran Leo Anchóriz) montó un pequeño invernadero con una lona del servicio sanitario de Renfe impregnada de betún o de brea. Esa lona era rígida de noche y se ondulaba al sol, estaba rodeada de cristales y vidrios y formaba un efecto calorífico que él recordaba haber visto en algún lugar de África donde los lugareños cultivaban sus cosas en agujeros tapados con hojarasca. Así nacieron los invernaderos de plástico que hoy cubren media provincia de Almería y que dan de comer a tantísimas criaturas. Así, también, se escribe la historia.

 

Eso sí, la brutal extracción que se está realizando de aquellos pozos descubiertos por el belga hace que se estén salinizando algunos de ellos por entrada de agua de mar y, a la vez, que se estén secando manantiales de La Alpujarra como La Fuente de la Reina, a 800 metros por encima del nivel del mar, así llamada por estar a pocos metros de la casa palacio de Abén Humeya, donde anduvo Boabdil El Chico en su exilio alpujarreño.A no muchos metros de ese paraje se elabora Amura, el vino portentoso que ha criado a sus pechos mi amigo José Ramón Martínez, hijo del hombre que le proporcionó la lona al belga para crear los invernaderos. Las cepas andan por cotas que llegan hasta los 1475 metros de altitud y resultan, por lo tanto, óptimas para dar las mejores uvas, ya que el ácido tartárico que en casi todas las bodegas añaden a los vinos aquí viene dado de forma natural, por la altura y por los cambios de temperatura entre la noche y el día. Los suelos, por demás, cuentan con grandes extensiones de pizarras, donde las cepas ya que llueve poco buscan las profundidades para hidratarse y alimentarse de minerales. Esa absorción mineral llega a cada uva y a cada botella. Fermentado mediante el método Ganimede en ausencia de aire y sin bombas de trasiego ni nada parecido, José Ramón crea varios vinos inusitados, bien de variedades francesas como cabernet o merlot, o bien blancos, que resultan una sorpresa absolutamente grata, equilibrados en nariz y boca, de pH bajo y de grado alcohólico nunca por debajo de los 13,5 grados. Y sin sulfitos, aunque para limpiar depósitos haya que utilizar metabisulfito potásico (un vino con sulfitos desproporcionados equivale a un dolor de cabeza de caballo).

 

Una tarde de paseo por las sierras almerienses sobre el mar de plásticos que ha brindado a la antaño provincia 'pobretica' tantos años de esplendor resulta una entrada a la gloria. Acompañada la ingesta por algunos tomates RAF (resistentes al fusario) cuando aún están verdes, y por lo tanto dulces, hace que uno vuelva al útero materno. Aviso a navegantes: no es RAF todo lo que reluce. Solo se dan en La Cañada y parte de El Alquián desde finales de diciembre y hasta febrero. Son suelos muy salinizados de forma natural y regados también con aguas de alto contenido en sales, lo cual los hace paradójicamente dulces en verde y algo ácidos cuando el corte se hace en maduración. En Almería se crían excelentes tomates, pero estos son los que son y valen lo que valen.

 

Levanto mi copa de vino almeriense el blanco de Amura es turbador en memoria del belga, de quien le brindó la lona, de su hijo José Ramón y de mi hermana Carmen Borja, que también tiene que ver.


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