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24 de febrero de 2013

La esperanza perdida, la desmoralización permanente


 

Según parece, creer que las cosas van a ir mal es uno de los vectores que hacen que las cosas, efectivamente, vayan mal. En economía, ciencia que afortunadamente no manejo ni lo quiera Dios, los climas de confianza hacen que las cosas sean menos malas de lo que, cíclicamente, están condenadas a ser. La pavorosa crisis que ha condenado a España a la situación agónica que vivimos tendrá salida a través de varias gateras: el crecimiento del sector exterior, el aumento de competitividad de las empresas y el de productividad, profundización en eso que se llama 'escenarios de flexibilidad', ajuste presupuestario para contener el déficit, algunas gotas pálidas de estímulo... y confianza. Si entendemos por confianza optimismo irresponsable, estaremos equivocados, pero si dejamos de lastrar oportunidades de recuperación mediante pesimismos históricos, dicen los expertos, nos irá mucho mejor.

 

En estas últimas semanas algunas señales positivas han llegado en forma de alabanzas exteriores, a pesar de la degradación de la Marca España y de la fotografía rápida de un país en descomposición por una corrupta clase política y una desmoralizada clase empresarial, criterios ambos sobre los que pesa una carga a todas luces exagerada. Mario Draghi, el capo del BCE, el hombre bálsamo gracias al cual todos los indicadores dejan de tener fiebre cada vez que abre la boca, afirmó en su reciente visita a España que se están realizando extraordinarios progresos en nuestro país y que se están poniendo las bases de una recuperación no demasiado tardía: mejora la competitividad, mejora la flexibilidad laboral y mejora la banca, cada día más saneada. Todo lo anterior admite reparos, pero deja algún indicio de esperanza. La banca, es cierto, mejora gracias a que los españoles hemos puesto nuestro dinero común además del BCE en reponer balances y tragarnos toxicidades varias, pero no resulta exagerado asegurar que más pronto que tarde reanudará su papel crediticio y ayudará a emprendedores a reconstruir algunos sectores. No es incierto que los precios de las viviendas están tocando suelo y que ese es el primer paso para su crecimiento: que nadie se engañe, el ladrillo deberá ser fundamental en la recuperación económica, por muy indeseable que les resulte a algunos. Están llegando inversores a quedarse con las gangas que el 'banco malo' empieza a soltar en territorios deseados por extranjeros, como la Costa del Sol. Compran edificios enteros a precio de saldo. El Sareb dispone de más de noventa mil viviendas, sin ir más lejos.

 

Quien brinde crédito a JP Morgan hay que tener estómago, lo sé leerá que «el sol vuelve a brillar en Benidorm» y quien crea a Morgan Stanley le habrá escuchado decir que España será la próxima Alemania, ya que lo peor parece haber pasado (no hace ni unos meses que se nos comparaba con Grecia). España tiene sectores que funcionan bien y que son admirados por ahí fuera, a pesar de que ahora mismo lo español no venda. Las últimas peripecias de la actualidad española no han ayudado precisamente a consolidar una imagen atrayente, pero sin embargo no deja de haber inversores atraídos por diversos ámbitos empresariales. Sabemos todos que los bancos de inversión y las agencias de rating deben ser puestas precavidamente en cuarentena, pero no está de más confiar en que algún día puedan tener razón, incluidos en el lote los siempre desconcertantes analistas financieros británicos, últimamente optimistas.

 

Si se traslada la sensación de que España, con el esfuerzo bárbaro realizado por sus habitantes, ha conseguido demoler un par de puntos largos de su déficit, cambiarán las miradas de aquellos que nos han de brindar la financiación imprescindible, es decir, generaremos una confianza que algún día se transformará en crecimiento. Nadie se pone de acuerdo en si eso acaecerá después del verano o a comienzos del año próximo, pero la mayoría de analistas incluidos los más prudentes aseguran que ocurrirá. Ahora falta que nos lo creamos nosotros, crezca el consumo por parte de los que pueden consumir y expongan algo de riesgo los que estén en condiciones de hacerlo.

 

Y todo eso, a pesar del Gobierno. Y de los que están enfrente.

 

Un desahogo de optimismo muy de vez en cuando no puede ser malo. Digo yo.
 

 


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