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El Semanal
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5 de febrero de 2012

El complicado asunto de la Torre Pelli



La conocida como Torre Pelli es un proyecto original del arquitecto César Pelli
desarrollado en Sevilla y nacido en el seno de una cierta controversia local, semejante, en principio, a las que determinadas obras tenidas por simbólicas han suscitado en lugares como Barcelona, Murcia o Madrid. La torre sobrepasa en más de cincuenta metros la altura de la Giralda y está ubicada en un punto sensiblemente visible de la ciudad: cambia el paisaje conocido de Sevilla y altera el equilibrio de las alturas. A unos les gusta; a otros, no; unos consideran que es un paso a la modernidad; otros, que es una apuesta cateta por la desnaturalización de la urbe. Más allá de consideraciones estéticas o de oportunidad, la Torre Pelli ha desatado una confrontación de administraciones y de intereses públicos y privados de muy difícil solución. La torre, asumida por Cajasol -hoy, Banca Cívica- y planeada como centro de negocios y área comercial sin comparación en la ciudad, está a medio edificar y cuenta, según sus patrocinadores-propietarios, con todos los parabienes legales y autorizaciones precisas. Ciertamente, las diferentes administraciones concedieron las licencias necesarias para que fuera levantada: no obstante, el nuevo Ayuntamiento del Partido Popular ha manifestado su contrariedad y ha estudiado diversos procedimientos para impedir que las obras sigan alzando más pisos, acogiéndose a que la Unesco, en el caso de observar inoportunidad, retire la clasificación de Sevilla como Patrimonio de la Humanidad.


Lamentablemente para quienes están en contra
de que la torre alcance las cuarenta plantas, el Ayuntamiento tiene poco margen de maniobra: Cajasol -insisto, Banca Cívica- alega justamente tener en regla los permisos y exige ser indemnizada con una cifra inalcanzable para las arcas municipales. Si la torre se quedara en las veinte plantas actuales, la Caja podría exigir una cantidad cercana a los ciento cincuenta millones de euros -superior al valor de las famosas y espantosas `setas´ de la plaza de la Encarnación-, cantidad que el gobierno municipal no tiene ni por asomo o que, si tuviera, no podría gastarse ni en broma. Si lo hiciera por las bravas, se enfrentaría a una acción legal de la que difícilmente podría zafarse, ya que los papeles bendecidos por la anterior corporación permiten subir y subir. Por no hablar de la reacción del `artista´: asegura César Pelli que, si le tocan un ladrillo, no firma el proyecto y no quiere saber nada de la torre, diga lo que diga la Unesco y la madre que parió a la Unesco. La Unesco, por cierto, ha amagado con un informe no entusiasta acerca del impacto de la obra, pero es sabido que tan peculiar institución suele tener carácter influenciable -una especie de COI, vamos-, y sus dictámenes no son, casi nunca, dolomíticos. Se cita el caso de Dresde, ciudad que por la construcción de un puente podía perder la calificación mentada: el alcalde, para quitarse la papeleta de encima, convocó un referéndum. Ganó el puente. Si en Sevilla, por el contrario, se tomase una decisión así, el resultado no sería tan claro como en el caso de la ciudad alemana. Total, que callejón sin salida. Solo queda abierta una posibilidad y no pasa de ser un acuerdo cosmético: la propiedad aceptaría rebajar en dos o tres plantas la altura del engendro a cambio de alguna compensación inmobiliaria, con lo que el Consistorio salvaría la cara y la propietaria de la obra salvaría el edificio. Pero Sevilla no salvaría la polémica. El regalo postrero del anterior gobierno municipal, empeñado en pasar a la historia mediante proyectos con firma, de impacto indudable, dejará rastro durante años en la vida cotidiana de los sevillanos, que tendremos que convivir con la nueva referencia visual de la ciudad, nos guste más o menos.


La idoneidad del lugar en el que se construye es ciertamente discutible
; la necesidad en el momento actual de un centro de negocios de esa envergadura, también; el atractivo del diseño, tres cuartos de lo mismo (la Torre de Jean Nouvel en Barcelona vivió episodios parecidos, siendo espléndida, pero ni estaba donde esta ni impactaba sobre más Patrimonio que la lejana Sagrada Familia), y el debate que suscita entre partidarios y enemigos se avinagra por momentos. Pero veremos qué nos depara el tiempo una vez se haya asentado sobre sus ciento cincuenta metros de estructura. Conviene que nos vayamos haciendo a la idea de tenerla por vecina.


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