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30 de octubre de 2011

Españoles en Washington


Washington, la capital federal estadounidense, puede ser una de las ciudades más encantadoras de los USA. Grande pero manejable, administrativa aunque cálida, monumental y en cambio humana, la sede del Gobierno norteamericano brinda cien razones para consumirla lentamente, como un habano de gran grosor. Y acoge no pocos españoles que viven, trabajan o estudian en ella. El imán, es evidente, está en Nueva York, pero Washington brinda oportunidades nada despreciables. Dos españoles, dos, han llegado en ella a la cumbre. Son poderosos, reconocidos, queridos y requeridos: Juan Verde y José Andrés. Verde, grancanario de poco más de cuarenta años, llegó a EE.UU. con quince años a estudiar un verano y allí se quedó: se graduó en las mejores universidades y comenzó carrera política en el Ayuntamiento de Boston, tras lo cual fue ascendiendo a medida que mostraba su competencia (en EE.UU. no asciendes si no eres competente) y su compromiso con el Partido Demócrata.

Ha trabajado con Kerry, con Clinton, con Gore, con Hillary y, ahora, con Obama. Le reclamó el actual presidente para formar parte de su gobierno con el rango de subsecretario, lo que aquí sería secretario de Estado, el segundo de un ministro. Tras formar parte del Gabinete, ha sido nombrado corresponsable de la campaña de Obama para su reelección, con lo que se garantiza ser su mano derecha durante este próximo año. Tendrá que trabajar mucho si quiere que el hombre que ilusionó a medio mundo siga en su puesto. Todo dependerá de cómo evolucionen algunas cosas y de quién tenga delante. ¿Y de José (Andrés es apellido), qué se puede decir? Que es el puto amo.

Otro que llegó con veinte años a Nueva York a ver si había algo. Dejó atrás sus pocos años en Mieres, su crianza barcelonesa, su trabajo con Adrià y probó fortuna cruzando el océano. La encontró. Pero trabajando como un mulo, cosa que sigue haciendo todos los días en sus cuatro restaurantes en Washington DC, más el que ha abierto en Beverly Hills, Los Ángeles, y alguno más que asesora por Las Vegas o por no sé dónde más, que ya me pierdo. José es listo y trabajador, lo cual en casi todos los sitios es una combinación explosiva, pero en USA aún más. Además de su faz didáctica -sus programas de televisión en España y en América gozan de prestigio y de éxito-, su carácter emprendedor y su empeño en convencer de las virtudes de la cocina española han servido para que se conozcan nuestras costumbres gastronómicas.

Ha sido capaz de poner de moda las tapas en la capital con su restaurante Jaleo y de que en medio país se utilice esa palabra como sinónimo de comida variada y de pequeños bocados. Y le pasa lo que a Verde, que entra por la Casa Blanca como Pedro por su casa: solo tiene que descolgar el teléfono para que le permitan confeccionar la comida privada que reunió a Obama y al rey don Juan Carlos hace algunos meses. Pasear con él por la ciudad es hacerlo con una estrella reconocida y apreciada; y eso no me lo cuentan, que lo he visto yo. Precisamente dimos una vuelta por el mercado orgánico que todos los domingos instalan en el Dupont Circle y en el que se desmiente que la comida americana sea plástico. Calidad de primera y atendida con agrado de granjero en la ciudad. Ese fin de semana se inauguraba el monumento a Martin Luther King cerca del Lincoln Memorial, allá donde pronunció sus palabras mágicas: «Ayer tuve un sueño». Ni que decir tiene que estuvo Obama y nosotros viéndolo. Y ni que decir tiene que dediqué una noche a cenar con el gran Magín Revillo y la no menos grande Nuria Guitart, que fueron de corresponsales hace diez años y allí se quedaron: Revillo preparó pechuga de pato fileteado con una pera almibarada con reducción de canela y teriyaki que volvió a asombrarme después de tantos años (a la reducción del almíbar con canela hay que dejarle caer algunas gotas de la grasa que desprende la pechuga cuando se coloca en la plancha por el lado de la piel). Son algunos españoles en Washington, en fin, de los que hay que sentirse orgullosos.


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