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3 de abril de 2011

El 9 de abril, en Madrid


Comida y charla larga con algunas víctimas del terrorismo. En su mayoría, viudas y huérfanas tempranas, con las heridas pespunteadas, la soledad metabolizada, la regeneración en marcha. Casi todas ellas, cuando mataron a sus padres o maridos, tuvieron que enterrarlos prácticamente en soledad, a un palmo y medio de la clandestinidad, tan solo en compañía de los más íntimos. Eran aquellos inolvidables años 80, en los que el número de muertos alcanzaba los doscientos y no pasaban tres días sin su sobresalto, su coche bomba, su pistola en la nuca, su bomba lapa. A los postres, venimos a cerciorar que las cosas venturosamente han cambiado y que ese maldito aire de catacumba se ha disipado. La revuelta tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco empezó a cambiar las cosas. Creen ellos que nadie tenía valor para situarse al frente de los ciudadanos para liderar la repulsa a través del dolor, y puede ser cierto.

Es injusto, con todo, decir que los españoles miraban para otro lado o que no querían saber nada de las víctimas; aun así, se ajusta a la realidad concluir que la presencia de un asesinado por ETA situaba al personal ante la difícil tesitura de tener que reconocer un apocamiento cobardón, ese que no le dejaba salir a la calle y gritar, alzar los brazos, significarse sin atisbo de duda alguna. No hace falta refrescar la memoria con pasajes vergonzantes: moría asesinado un responsable político vasco, un policía en Bilbao o un guardia civil en Vitoria y a las familias les costaba trabajo encontrar un cura decente que oficiara un funeral en condiciones, sin sacar el féretro por la puerta de atrás o sin homilías llenas de medias tintas. Esa pandilla de curas cabrones sigue andando por ahí -incluyendo sus respectivos obispos- y, como siempre, se sigue situando más cerca de los verdugos que de las víctimas; la equidistancia, si acaso, es lo más humano que se les puede extraer.

Contra esa equidistancia, contra la idea de que las víctimas no pueden tener voz y voto en el escenario final del terrorismo, contra la suerte de que habrá que ceder espacios elementales a los terroristas, contra la convicción de algunos de que el punto final llegará estableciendo un panorama sin vencedores y vencidos, contra la creencia de que el Estado de derecho tendrá que hacer concesiones inevitables a los presos, contra la tentación de pensar que los asesinos y sus voceros están mejor dentro del sistema que fuera, contra la petición de algún cargo político sinvergüenza que se atreve a exigir generosidad a las víctimas, contra todo eso se convoca una manifestación en Madrid el próximo 9 de abril. Y habrá quien acuda y quien no. Y yo seré de los primeros, de los que piensa acudir. Para recordarle al poder político que no valen las componendas, que el sitio natural de los asesinos es la cárcel, que los arrepentidos tienen que demostrar largamente que lo son, que los batasunos camuflados no pueden presentarse a las elecciones, que las víctimas no son ni molestas ni inconvenientes, ya que han puesto los muertos en esta pelea, que no pueden transformarse de repente en seres invisibles para mayor gusto de políticos cortoplacistas, que no son justas las equidistancias miserables y que la mejor y única manera de combatir a los terroristas es a través de la vía policial y la judicial.

La manifestación se convoca con un lema que no plantea dudas esenciales: «Por la derrota del terrorismo». Y el terrorismo se combate deteniendo comandos y no expresando falsas alegrías de cursis buenistas cada vez que los voceros políticos de ETA quieren hacer ver que se han vuelto buenos. La derrota no llegará admitiendo la presencia de falsos corderitos en los ayuntamientos vascos ni excarcelando a aquellos que firmen un papel ciclostado en el que digan renunciar a su pasado. La derrota no puede construirse de espaldas a quienes han sufrido esta peste que viene durando ya más de cincuenta años. Todos aquellos que, en alguna ocasión, han sentido el latigazo del dolor ajeno, el lacerante escozor de la injusticia sufrida por otros, deben apoyar esta marcha cívica que no reclama revanchas ni venganzas extemporáneas. Todos debemos estar con ellos. El 9 de abril, en Madrid. No contra menganito ni contra zutanito: simplemente a favor de la justicia, de un futuro en el que podamos andar con la cabeza bien alta sin avergonzarnos de nosotros mismos.


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Comentarios 1

09/05/2011 21:13:03 OJO DE HALCON
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