19 de abril de 2024
 
   
     
     
Últimos artículos
Las cosas de la termita [ABC]
Otra vez el «Francomodín» [ABC]
RTVE, el carguero de Baltimore [ABC]
«Nine to Five» [ABC]
¿TikTok nos espía? [ABC]
¿Cómo quiere el señor la amnistía? [ABC]
Todo a su tiempo y por orden [ABC]
El Semanal
VER-ORIGINAL
19 de febrero de 2011

El soberano discurso del rey


No soy un gran apasionado del cine, así que suelo prestar poca atención a la crítica cinematográfica; me gusta, si acaso, cuando es un ejercicio de estilo, cuando un texto concreto acoge lirismos afilados o cualquier tipo de acierto en el uso de calificativos. Hay críticos taurinos con los que no coincido casi en nada, pero a los que leo solo por lo primoroso de su relato, aunque luego resulte que no hayamos ido nunca a la misma corrida. Con el cine me ocurre algo parecido, y, por demás, mis gustos cinematográficos son extremadamente vulgares y mi criterio técnico es deplorable: me gustan las películas de Pajares y Esteso, las de Joselito, las de Bruce Willis, las de Steven Seagal, las de Scorsese y las de Tarantino. No sé si una cámara estaba en el ángulo adecuado, si la iluminación era incorrecta o si la hierba crecía lo suficientemente lenta; solo sé, y ya es bastante, si me gusta el filme o no y si me deja cosas dentro para seguir acordándome de la película durante unos cuantos días. Lo mismo que me ocurrió con El sur, de Erice; con La lista de Schlinder, de Spielberg; o con Fiebre del sábado noche, de Travolta, me ha vuelto a ocurrir con El discurso del rey: un derroche extraordinario de talento, desde la interpretación hasta la ambientación, pasando por el guion, la realización o la caracterización, me ha tenido repitiendo en la cabeza pasajes completos de la película durante una semana. Película que es aconsejable, por cierto, ver en versión original -con subtítulos- y apreciar el bárbaro trabajo de Colin Firth y el no menos descomunal de Geoffrey Rush, actor de reparto que, en momentos, roba la película y parece el protagonista. Soy gran admirador de los actores españoles de doblaje, que casi siempre hacen mejores a los actores extranjeros, pero en este caso es imprescindible el matiz de la voz, la entonación y la recreación de este par de animales que se someten a un duelo interpretativo que roza lo extasiante y están acompañados por un cast soberanamente inglés, entre los que me rompieron los esquemas Michael Gambon haciendo de rey Jorge V, Derek Jacobi (¿se acuerdan de Yo, Claudio?) en el papel de arzobispo y un incontestable Anthony Andrews bordando en solo dos minutos al primer ministro que insta a la abdicación de Eduardo, el enamorado de una Wallis Simpson que queda como una pájara de cuidado, frívola, caprichosa y tendente al vicio; cosa que no sé si era cierta, pero que viene a decirnos que en el subconsciente inglés su figura no es ciertamente apreciada o respetada y que, por lo visto, no perdonan que provocase una tremenda crisis institucional a las puertas de una nueva guerra mundial. He leído algunas críticas que censuran el exceso de colores fríos de la película o el abuso del gran angular, de lo cual, por supuesto, no me he dado ni cuenta. Tan solo sé que el trabajo de dirección de actores ha debido de ser exquisito y que la finísima ironía inglesa de esta period movie roza lo sublime. Representar a un discapacitado -tartamudo, en este caso- es dramáticamente muy rentable solo si eres un actor de alta gama, y garantiza el mismo éxito para un fuera de serie que el fracaso para un actorzuelo capaz tan solo de esbozar caricaturas. Hay un delicadísimo límite que separa ambas cosas y Colin Firth parece que esté haciendo una obra de teatro en lugar de una película, que es lo mejor que puede decirse de un actor. El pasaje en el que se confiesa con su logopeda y en el que relata sus penurias familiares de infancia es, sencillamente, demoledor.

Ignoro el número de premios Oscar que obtendrán los productores, pero el primer e incontestable premio es que una cinta que ha costado 15 millones de dólares lleva recaudados más de 120. Ir al cine es una vieja costumbre de nuestra infancia y adolescencia que es bueno no perder del todo. El placer de ver en pantalla grande un peliculón como este lo superan muy pocas cosas, así que lo conmino a que, palomitas incluidas, se deje ver esta tarde por cualquier sala y deleite en sus ojos el mejor cine del año. Me lo agradecerá.


enviar a un amigo comentar
[Se publicará en la web]
facebook

Comentarios 2

21/02/2011 13:42:55 Carlos
20/02/2011 20:57:56 Marijose Muñoz
Traducir el artículo de 


Buscador de artículos
Título: 

En el texto del artículo

Texto de búsqueda: 


Administración
  Herrera en la red
  Herrera en imágenes
  Sitios que me gustan
 
©Carlos Herrera 2003, Todos los derechos reservados
Desarrollado y mantenido por minetgen, s.l.