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21 de junio de 2009

LO QUE VA DE `JOSU TERNERA´ A MARÍA DEL MAR BLANCO





El pacto vasco transita razonablemente por la senda prevista. Ya sé que sólo han pasado unas semanas y que es pronto para que salten los chispazos que, antes o después, se producen entre formaciones políticas sensiblemente diferentes, pero en política cualquier crisis es posible en el momento menos indicado, bien por un ansia excesiva de control del poder, bien por el deseo de pellizcar en el mismo bollo por parte de aquellos que apoyan, pero no rascan. Siempre hay que ponerse en lo peor, pero en el pacto entre socialistas y populares en el País Vasco hay que considerar prioritariamente el estado de necesidad de dos fuerzas políticas muy distintas, pero unidas por una causa mayor y definitiva: ellos han puesto los muertos mientras otros ponían las risas. El abismo de desconfianza entre ambas formaciones era muy difícil de saltar, pero no había más remedio que hacerlo. O se saltaba o todo continuaba siendo igual. Tantos años esperando que algo cambiase en una sociedad políticamente enferma no podían diluirse en una negociación fracasada, de tal manera que la necesidad se ha transformado en virtud y hoy es posible otra visión de la vida oficial y particular de una comunidad que sólo ha conocido una forma de hacer las cosas. En política, en la gestión de las cosas públicas, es transcendental visualizar los cambios, hacer patente de manera gráfica, lo más didáctica posible, la diferencia entre el mando de unos y otros. Y nada más gráfico que ver en el Parlamento de Vitoria la figura rubia y limpia de María del Mar Blanco al frente de una comisión como la de Derechos Humanos, que por lo ampuloso y universal de su nombre parece algo ajeno a un parlamento regional, pero que evidentemente no lo es tratándose del territorio al que se remite la misma. María del Mar tenía veintidós años cuando la ETA asesinó a su hermano Miguel Ángel, concejal popular de Ermua que fue secuestrado y mediante el cual la banda quería chantajear al Gobierno democrático de España. De aquello han pasado doce años y aún no es hora de que se olvide lo que significaron para el país aquellos angustiosos y rabiosos días. Nada ganamos recreándonos en detalles, pero menos haríamos si lo olvidáramos: Miguel Ángel fue asesinado mediante las balas que le disparó Xabier García Gaztelu a sangre fría, a quemarropa y en la cabeza. García Gaztelu, felizmente preso, cumplirá unos años de cárcel en Francia y después viajará a España para permanecer encarcelado, espero, hasta que pasen los suficientes años como para que no tenga fuerza de mantenerse en pie sin ayuda de un bastón. Y si antes muere en prisión, no seré yo quien lo lamente. Quien por aquel entonces ocupaba el mismo cargo que hoy ostenta María del Mar, la hermana de Miguel Ángel, era Josu Ternera, jefe de la ETA que ideó matar al concejal popular. He aquí la diferencia. Cuando por aquel entonces le pregunté a los sinvergüenzas que lo nombraron (diputados nacionalistas del PNV) si no sentían un mínimo de rubor por poner al frente de una comisión con ese nombre al jefe de una banda de asesinos, me contestaron dando largas y aduciendo que ésa era una forma buena de hacerle ver el daño que había hecho a la sociedad con sus conductas. Jamás la dignidad política había caído tan bajo. Jamás la perversión canalla de una partida de golfos políticos había llegado tan alto. Josu Ternera presidiendo la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco es semejante a que Heinrich Himmler hubiese sido nombrado embajador en Israel. Después de un insulto así a cientos de muertos, después de escupir en las lápidas de los asesinados por parte de diputados nacionalistas vascos, ¿cómo no van a entenderse en un pacto aquellos que ha visto caer a los suyos bajo la lluvia permanente e incansable de balas?

Lo que va de Ternera a María del Mar es lo que va de los gobiernos del PNV a éste del PSE con apoyo del PP. Es una diferencia elemental, sutil, sensorialmente perceptible a poco que uno se esfuerce: llana y simplemente lo que va de la muerte a la vida.


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