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12 de diciembre de 2010

El «pa amb tomàquet», legislado


Las recientes elecciones catalanas han sido ya analizadas hasta la náusea, con lo que no les voy a atormentar añadiendo mi brillante interpretación de los hechos. Ganan unos nacionalistas, pierden otros nacionalistas y las barbas de otros de más allá llevan unos días en remojo. El tripartito anda recogiendo los trastos (incluidos directores generales y asesores varios) y, supongo, pasando papeles por esa trituradora que los deja como espaguetis. Para el recuerdo, para la anécdota, para la Historia, queda la última política activa de la que se tuvo noticia emprendida por una consejería: conminar a los hoteles de cuatro estrellas a que incorporen obligatoriamente el pan con tomate en sus desayunos si quieren gozar de la quinta. Si usted es hotelero y aspira a que sus instalaciones gocen de una distinción añadida -que ignoro completamente qué ventajas tiene o deja de tener-, habrá de incluir «embutido de proximidad», que me imagino debe de ser el embutido a la venta en la tocinería más cercana al hotel, y el consabido tomate junto al consabido pan. No me parece mal, por más que me parezca una ridiculez infantiloide, pero me pregunto: ¿el tomate debe estar restregado ya en el pan para que, cuando el cliente llegue al bufé, simplemente tenga que incorporarlo al plato o vale con que se deje el pan en rebanadas y el tomate abierto para que el susodicho lo espachurre y lo expanda de un lado al otro? La pregunta no está de más: si se interviene en el desayuno de los huéspedes de un hotel, se interviene bien; no a medias. Que uno sepa, en los bufés de hotel suele haber pan y tomates, con lo que supongo que la normativa lo que obliga es a ofrecerlo ya servido, pero un pan atomatado a las siete no es el mismo una vez llegadas las diez, razón por la cual me inclino a pensar que la obligatoriedad alcanzará sólo a poner a disposición del cliente la materia prima. Qué lío.

La decisión conminatoria es friki, ridícula, absurda y propia de políticos metomentodo, como son el tal Huguet (consejero que tanto batalló para exiliar las muñequitas de flamenca de las Ramblas) y alguno que otro de su mismo gabinete felizmente desterrados a la oposición, pero, lo confieso, es una medida que celebro no saben cuánto. Mejorar, aunque sea por decreto, los bufés de desayuno de los hoteles es algo que nunca agradeceremos suficiente los viajeros frecuentes. Que un hotel inglés ofrezca basura en su desayuno puede ser tolerable porque los ingleses están a otra cosa, pero que un hotel español exponga unas bandejas con embutidos cortados recién salidos de un envase plástico del que no se distingue muy bien el propio plástico del embutido resulta intolerable. Como intolerable es que mantenga caliente una especie de huevo revuelto que no sabes siquiera si es de algún animal conocido por el hombre, o que presente de forma inevitable salchichas y beicon como toda alternativa -¿cuándo se ha desayunado en España salchichas y beicon?-, o que proliferen mantequillas asquerosas y tengas que pedir expresamente a la mesera una botella de aceite de oliva, o que ofrezca unas lonchas de jamón rosáceo con textura de chicle, o que te perforen el estómago con unos zumos ásperos como un membrillo...

El pa amb tomàquet, o «pan tomaca», como curiosamente escriben fuera de Cataluña, es una aportación esencial que el Principado ha hecho a la Humanidad. Pero hay que hacerlo bien. No es lo mismo triturar un tomate que rallarlo. Lo mejor es cortar el tomate y restregarlo en el pan suavemente después de haberle dado un apretujón con la mano. Un poco de aceite y sal y ya pueden echarle lo que quieran; si es fuet del bueno, mejor. No es lo mismo un pan con un salmorejo precipitado que con un tomate recién partido. Por ello creo que la normativa se queda corta y deja demasiados aspectos descuidados, sin fijar debidamente. No obstante todo lo que aquí haya dicho, yo seré de los que celebren encontrarme en hoteles catalanes una longaniza como es debida, una sobrasada que no sea crema mantecosa y una butifarra blanca de esas que me quitan el sentido. Es el último favor que nos ha hecho el tripartito y estaré eternamente en deuda por ello.


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