19 de abril de 2024
 
   
     
     
Últimos artículos
Las cosas de la termita [ABC]
Otra vez el «Francomodín» [ABC]
RTVE, el carguero de Baltimore [ABC]
«Nine to Five» [ABC]
¿TikTok nos espía? [ABC]
¿Cómo quiere el señor la amnistía? [ABC]
Todo a su tiempo y por orden [ABC]
El Semanal
VER-ORIGINAL
21 de febrero de 2010

DESAYUNAR EN WASHINGTON


Puede que todo haya sido relatado acerca del famoso Desayuno de Oración que llevó a Rodríguez Zapatero a Washington el pasado 4 de febrero. Se conoce el discurso del laico impenitente, el del presidente norteamericano, el de la asombrosa y electrizante Hillary Clinton, el del militar jefe de los EE.UU.; se sabe al detalle el listado de los invitados que viajaron con el presidente español, el de los colaboradores monclovitas, el nombre del piloto, el de las asistentes y el de Bernardino. Ya se tiene noción de la trascendencia de haber asistido a aquel curioso acto de cierta repercusión en los medios estadounidenses; también se tiene de las consideraciones que se han realizado en nuestro país acerca de lo consecuente o inconsecuente que resulta ir a un Desayuno de Oración siendo un agnóstico declarado que jamás ha hecho ningún amago de aprecio por la religión. Abundar sobre ello sería excesivamente cansino: ya se lo saben y poco o nada de lo que diga les hará cambiar su sensación particular acerca de la intervención de ZP, bien porque piensen que estuvo correcto y respetuoso, bien porque crean que allí no pintaba nada y sólo se limitó a engarzar vaguedades insulsas. Conste, y estoy dispuesto a esquivar los salivazos, que yo soy de los primeros. De los desayunos de forma genérica era de lo que quería yo escribir hoy y a ver si tengo sitio: el que sirvieron aquella mañana de frío pelón en el DC –horas antes de que comenzara la nevada más copiosa de los últimos años que hubiera dejado bloqueado el avión presidencial de no haber salido a tiempo– fue un habitual desayuno americano formado por huevos revueltos –desagradables– y el lote consabido de mantequillas, mermeladas y café de hotel. Lo mejor era abstenerse y desayunar después en Old Ebbitt Grill, frente al Departamento del Tesoro, uno de los lugares clásicos cercanos a la Casa Blanca –más de un presidente, desde Grant, ha sido visto desayunando allí–, en el que las porciones son del tamaño que podría apetecer a un buscador de oro y en el que el bacon, o beicon, es el conocido como `Canadian´, ahumado con madera de arce, delicioso. En cualquier caso, no era a desayunar a lo que iba la gente al Ballroom del Washington Hilton, sino a rezar, a ver y a ser visto. El Old Ebbitt Grill es, en realidad, una steak house de la vieja escuela, de esos restaurantes en los que abunda la madera, tirando a oscuro y en el que cualquier carne es comestible. La central, el primer establecimiento de la cadena The Capital Grille, está en Washington y pasa por ser el mejor almacén de carnes norteamericanas; sin embargo, les sugiero que si viajan a la capital de los Estados Unidos se dejen caer por Charlie Palmer, junto al Capitolio, acudidero que le ha arrebatado al anterior la primacía de la ciudad y en el que no es difícil encontrarse con medio Senado o media Cámara de Representantes y demás celebridades del país.

El desayuno, aseguran nutricionistas, es la más importante comida del día, siempre que uno madrugue y después coma de forma más o menos ligera, cosa que, evidentemente, no pasa en España. Es más aconsejable ponerse hasta las orejas a primera hora del día y dejar que la actividad vaya depurando lo ingerido en las horas posteriores. Nosotros, en cambio, nos conformamos con una tostada y poco más. Después, a media mañana, repetimos ingesta, con lo que perdemos el doble de tiempo. Eso es impensable en otros países. En muy pocos lugares existe `la media hora del bocadillo´, o el `amaiketako´ que llaman los vascos: se sale comido de casa y luego se toma un tentempié a eso de la una, lo más tarde. Y así hasta la cena pronta, siete de la tarde, de nuevo robusta. En la mesa presidencial del Desayuno de Oración se pusieron tibios, a excepción de Rodríguez Zapatero, que parece que no come, no bebe y sólo levita: Obama no perdonó ni uno solo de los bollos que tenía delante, pero el de aquí, y le comprendo, miró las viandas como quien mira llover, preguntándose por el jamón y el aceite, que es lo que hubiese querido todo español presente. Luego, como saben, salió al estrado y habló del Quijote.


enviar a un amigo comentar
[Se publicará en la web]
facebook

Comentarios 0

Traducir el artículo de 


Buscador de artículos
Título: 

En el texto del artículo

Texto de búsqueda: 


Administración
  Herrera en la red
  Herrera en imágenes
  Sitios que me gustan
 
©Carlos Herrera 2003, Todos los derechos reservados
Desarrollado y mantenido por minetgen, s.l.