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1 de febrero de 2009

FATIGA DE OBAMA


Hace ya diez días que juró –¡por fin!– su cargo Barack Obama como presidente de los EE.UU. y aquellos que creíamos que iba a levantarse un poco el pie del bombo una vez hubiera dicho las palabras de rigor vemos con cierto resquemor que sigue en la brecha informativa por cualquier detalle. Algunos informativos abren con los primeros días de escuela de las niñas; otros, con las compras en material decorativo de la primera dama; otros, con el perrito dichoso que le prometió papá a las nenas; unos pocos, con pormenores del coche blindado, y algunos más, con gráficos en 3D de las diferentes habitaciones de la Casa Blanca. Los españoles, por supuesto, conocemos muchísimo mejor la Casa Blanca que la Moncloa: sabemos en qué sala cenaba Roosevelt –los dos que hubo–, en qué comedor recibía Jacqueline, cuánta distancia hay desde el Despacho Oval hasta el dormitorio del matrimonio y hasta el de la suegra, quién instaló el agua corriente y quién el primer cuarto de baño... en cambio, no sabemos cuál era el despacho preferido de Suárez, si la bodeguiya era una bodega de verdad, si Aznar guardaba los puros en un cuarto de baño anexo, si la famosa mesa isabelina se usa exclusivamente como objeto decorativo, si Rodríguez Zapatero juega de verdad al baloncesto o si la comida es tan espantosa como dicen. Los franceses saben de la magnificencia del Elíseo y más ahora que Sarkozy se fotografía con su amada esposa bajo los tapices exuberantes así que tiene un descanso entre visita y visita. Los italianos podrían dibujar el Quirinal de memoria. No digamos los británicos, que conocen las intrigas de Buckingham al dedillo. Los alemanes visitan el Reichstag día sí, día no, a pesar de que ha habido que desinfectarlo de la intoxicación que supone haber sido la sede de Hitler. Los americanos sustituyen sus relativos pocos años de historia como nación con liturgias intocables: la misma jura, el mismo despacho, la misma fecha de elecciones, el mismo símbolo del poder. Nosotros jugamos al misterio. Que no se sepa cómo es el palacio por dentro, que nos da vergüenza. Felipe lo tuvo cerrado a cal y canto, Aznar mostró los jardines y el famoso sofá en el que sentaba a las visitas y ZP no pasa de los sillones blancos en el que sienta a banqueros o sindicalistas.

Con Obama, en cambio, nos queda ya poco por ver. La trascendencia incuestionable de su elección como presidente, bien valorada hasta por sus adversarios, ha hecho que durante un mes no existiese otra cosa que su perfil. Al no haber desvelado grandes pinceladas acerca de sus primeras medidas al frente de la Administración USA –mientras gobierna el saliente, el entrante debe callarse–, todo ha sido centrarse en el amplio anecdotario de sus días previos, de su toma de posesión y de sus primeras horas al frente de la nave. Se ha producido un sortilegio mundial, una hipnosis colectiva, una fascinación incuestionable. Tanto que, al final, corre el peligro de convertirse en hartazgo. Lo que le queda por delante, no obstante, va a tener poco que ver con anécdotas humanas: a partir de ahora hay que tomar medidas posiblemente impopulares, hay que exigir sacrificio, hay que torear geopolíticamente un mundo encabronado como pocas veces a excepción de las dos guerras mundiales, lo que hará desaparecer paulatinamente el aura de ‘enviado de la historia’ que lo ha acompañado hasta el mismo instante en que ha abierto su despacho del ala oeste. Su contundente poder oratorio no bastará para agilizar la vida de un país atravesado por una crisis sin precedentes, dos guerras abiertas en el exterior, una constante amenaza terrorista sobrevolando su territorio, un puñado de magnicidas encantados con la idea de matarlo y pasar a la posteridad, un par de conflictos enquistados en los que debe mediar y alguna que otra potencia emergente haciendo peligrar su supremacía a unos años vista. Papelón, pues. Cuenta con una popularidad sin precedentes y con mucha gente dispuesta a comprenderlo, pero bien sabemos lo cambiante que es el electorado y lo que puede llegar a cambiar la opinión pública cuando es sometida a hartazgo y sobredosis.

Es el momento, pues, de dejarlo trabajar y de descansar un poco del ‘primer Presidente Negro de la Historia de los Estados Unidos’. Ya conocemos su vida de pe a pa. Un descansito. Tanta dosis durante tanto tiempo acaba produciendo fatiga de Obama. Aun así, que Dios lo bendiga y que acierte en las decisiones.


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