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1 de noviembre de 2009

LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN


Día más, día menos, son ya veinte los años pasados después de que un régimen que parecía incólume se desmoronara en unos pocos días merced a la voluntad resuelta de sus ciudadanos y al abandono a su suerte por parte de la metrópoli soviética. Diez años tardó la revolución polaca en desmontar la dictadura comunista, diez días la rumana y unos pocos meses la alemana oriental, un régimen instalado en la apariencia, la mentira y la más cruel de las represiones. Jean-Marc Gonin y Olivier Guez han escrito un relato vibrante y metódico de los últimos días de existencia del aparato represor germano oriental; es, fundamentalmente, la crónica de un hecho inesperado, inusitado, veloz y no por muy deseado fácilmente imaginable.

Probablemente sólo lo supiera Gorbachov, que en su célebre viaje postrero a Berlín este tenía noticias minuciosas del colapso al que se abocaba el sistema de los Honecker y compañía. El líder soviético, el hacedor de la perestroika, detestaba al jefe de Estado alemán, pero aun así intentó hacerle comprender que si no adoptaba en la RDA cambios similares a los practicados en la URSS el futuro sería una negra sombra de consecuencias imprevisibles. Honecker ni siquiera quiso escucharlo, de la misma manera que no quiso oír los gritos de «¡Gorby!, ¡Gorby!» con los que la masa menos temerosa saludaba a la gran esperanza transformadora del bloque soviético. El relato es más o menos conocido, pero los dos autores franceses explican cómo la sociedad civil olisqueó debilidad y desmoronamiento de las estructuras represoras y comenzó a articular una respuesta difícilmente reprimible: las manifestaciones. Leipzig fue el símbolo: aunó cerca de un millón de personas contra las que la Policía y el Ejército no se atrevieron a descargar. A partir de ahí todo vino rodado. Honecker, un anciano y desvariado psicópata incapaz de olisquear el futuro, cayó como consecuencia de su obcecación por no querer ver lo que promovía su inmovilismo; lo que parecía imposible unos meses atrás lo fue merced al terremoto que había supuesto el mensaje de Gorbachov: o cambias o te cambian. Solventado el trámite de su destitución y relevado por el timorato eterno delfín de la dictadura comunista, Egon Krenz, la caída de las fichas de dominó se produjo sin tiempo para la más mínima reflexión. Krenz supo que se estaba quedando solo y que no tenía otro remedio que abrir la mano si no quería que se le presentase ante Palacio el total de los dieciséis millones de alemanes que él había ayudado a encarcelar en los límites de un país en decadencia. Una precipitación del portavoz de su gobierno, el célebre Schabowski, anunciando, horas antes de hacerse efectiva, la autorización a los alemanes orientales a viajar fuera del país, hizo que cientos, miles de berlineses se presentasen ante las puertas del Muro y exigiesen a unos perplejos guardias fronterizos la apertura de las vallas. Cuando ello finalmente ocurrió, se desangró la ciudad a través de todos los pasos posibles: el Muro había empezado a caer y la RDA empezaba a dejar de existir. Regímenes como el de la Alemania oriental sólo se sostienen en pie si un inexpugnable servicio de represión controla la vida de cada uno de los ciudadanos, sólo se mantienen si la vida de quienes quieran huir corre peligro. Si ello se desmerenga, la gente pierde el miedo y corre hacia la libertad, por mucho ''paraíso'' que tú asegures tenerles prometido. Cruzar a Berlín oeste y desaparecer, disolverse, la Alemania de Krenz, de Wolf, de Stoph, de Mielke y compañía fue todo uno. Krenz es hoy un jubilado que pasó cuatro años en la cárcel acusado de asesinar a cientos de alemanes que intentaron cruzar el Muro. Al igual que quienes lo acompañaron en aquella absurda y criminal aventura, reivindica tímidamente alguno de los logros sociales de su Estado y evita hablar de la represión y la tiranía con la que despacharon la vida de los alemanes que cayeron de aquel lado durante unos largos y oscuros cuarenta y cuatro años.

Han pasado veinte años y todo aquello puede haber quedado como un mal sueño de la historia. La lectura de este libro de Alianza Editorial le ayudará a revivir cómo fue posible que cambiara el mundo en unos pocos días. Hoy el Muro es, felizmente, memoria. Aún quedan otros muros alzados en el mundo, pero ése no es el objeto de recuerdo de estas fechas. Todo llegará, todo acabará cayendo.
 


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