De negar una y mil veces cualquier pacto con Bildu a dejarles anunciar algunas iniciativas legales
De las muchas cosas que buena parte de España no podrá perdonar jamás a Pedro Sánchez tal vez sea su relación fraternal con Bildu –eso que queda de ETA– lo que encabece el 'ranking'. El odio, los muros, la estigmatización y todas las habilidades sociales de este indescriptible individuo se quedan en poco ante el encamamiento interesado y el cariño repentino que ha mostrado por quien, a la postre, es su aliado más fiel. Ante la, supongo, atónita mirada de muchos de los suyos, Sanchez pasó de negar 'una y mil veces' la posibilidad de pacto con Bildu a dejar en sus manos el anuncio de algunas iniciativas legales, las cuales, verbalizadas por los socios de los terroristas, nos hacen creer que vivimos en un mal sueño. Es una broma pesada que sean los diputados filoterroristas los que nos anuncien las disposiciones sobre la llamada 'memoria histórica', por ejemplo, y lo es que acceda a la tribuna del Congreso una reptil de nombre Merche Aizpurúa a denunciar la proliferación de actos fascistas en las calles de España y, particularmente, de la Comunidad Autónoma Vasca, presa por lo que se ve de un ambiente prebélico semejante a la Alemania de finales de los años treinta. De la misma manera que en su día no tuvo reparos en dar el pésame a otro diputado por la muerte –por enfermedad– de un conocido asesino etarra, el pasado miércoles, en la sesión de control, no tuvo empacho de responder comprensivo al reptil y a mostrar su preocupación por el avance de incontrolados fascistas en las diversas sociedades españolas. Hubiera sido muy sencillo recordarle a Aizpurúa, uno a uno, los nombres de los socialistas vascos asesinados por gente a la que ella homenajea día sí, día también, en las calles de los pueblos de aquella comunidad. Hubiera sido muy sencillo establecer la exacta analogía entre el fascismo y el terrorismo nacionalista vasco, el cual creó un clima de terror social muy semejante al que vivieron en Europa los judíos mientras se iban calentando los hornos. Altos hornos. Pero no hizo ninguna de las dos cosas –u otras muchas que podría haber hecho– porque cualquiera de ellas, la que fuera, sería comprometer su continuidad en el poder. Ni siquiera el pudor de saber que ha quedado constancia y conciencia de sus juramentos anteriores: no considera que sus seguidores vayan a pasarle factura por ello. Y puede que tenga razón. Si el principal empeño de los muchos votantes de Sánchez es que la derecha no tenga posibilidad alguna de alternancia, sacrificarán lo necesario en esa tarea: si hay que darse el pico con los que hace cuatro días asesinaban a destajo, se hace, y después se buscan excusas, como hizo en el Congreso María Jesús Montero, candidata al parlamento de Andalucía, una de las tierras que ha puesto los muertos en aquella algarabía del fascismo de la que no se puede hablar. Los reptiles están a sus anchas sabiéndose intocables e imprescindibles. Y su adiestrador también.