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20 de octubre de 2025

Llorar juntos a nuestros muertos


Difícil me parece que Mazón pueda revertir esa situación, ni siquiera dimitiendo. Pero eso ya verá él

La izquierda española se ha demostrado una experta manifiesta en utilizar las tragedias como carnaza política. Todo hacía pensar que una desgracia como la dana del 2024 sería, antes o después, motivo de manoseo sectario como lo fue el Prestige o el 11-M, y la confirmación estuvo en el 'funeral laico' de Valencia –si es funeral no es laico y si es laico no es funeral– al que acudieron los Reyes y en el que se desbordó la floración de la campaña organizada para culpar de todo a Carlos Mazón. Mazón es culpable como la Rusia de Serrano Súñer desde el balcón de Bellas Artes. Culpable de que lloviera, de que tronara, de que no se previera tanta cantidad de agua, de que los barrancos estuvieran sucios, de que se organizaran riadas, de que no se avisara desde la CHJ, de que no llegaran ayudas urgentes, de todas las pérdidas materiales y, por supuesto, de todas las muertes. Poco importa que se sepa a ciencia cierta que, de haber estado en su despacho o en el Cecopi, todo se habría producido de la misma forma: habría llovido igual, se hubiese desbordado el barranco igual y, desgraciadamente, habrían muerto las personas que murieron porque falló todo el sistema de avisos y alertas. No porque Mazón estuviera comiendo, sino porque se concatenó un error tras otro. Si a las autoridades autonómicas les hubieran avisado en tiempo y lugar, cosa que no hicieron, la suerte podría haber sido otra, si se hubiese declarado por el Gobierno la emergencia nacional también y si se hubiese desarrollado el Plan Hidrológico Nacional que suspendió Zapatero siguiendo órdenes de ERC, lo mismo, aunque eso sea remontarnos a un momento en el que se atisbó –y se frustró– una de las grandes obras de infraestructuras de España, de las mas trascendentales de su historia. Fue la primera medida que tomó, además.

La brutal campaña de demonización desembocó en la acusación de «asesino» al presidente de la Generalidad valenciana, como si él personalmente le hubiese quitado la vida a cada una de las víctimas, ante el regocijo de la izquierda presente y de todos los correveidiles con disfraz de periodistas que van multiplicando los mensajes (muchos de los que han ensayado ese grito una y otra vez, suelen ser de aquellos que jamás han calificado de asesinos a los auténticos asesinos que hemos tenido entre nosotros a lo largo de estos años). A todo esto, difícil me parece que Mazón pueda revertir esa situación, ni siquiera dimitiendo. Pero eso ya verá él.

Las postrimerías de las desgracias, los aniversarios o sus momentos más crudos, suelen ser un excelente campo de pruebas para la miseria moral de aquellos que quieren aprovechar rastreramente las heridas sangrantes de las víctimas en su beneficio electoral. La maldita tensión política que lo enfanga todo hace que el sentimiento legítimo de desacuerdo o desaprobación se transforme, corroído por la ira, en un lenguaje irrecuperable. ¿Es que en España ni siquiera podemos llorar juntos a nuestros muertos?


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