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Carlos Herrera  

 

COPE

O actuamos ya o nos sumimos en un crecimiento mediocre que lleva a quedarnos rezagados

Cuando la munición de la política monetaria está en trance de agotamiento, la mirada apunta hacia la política fiscal a modo de panacea. Es la hora de que los márgenes presupuestarios desarrollen su capacidad fiscal, máxime cuando los tipos de interés son bajos. Decíamos el otro día que el superávit fiscal reporta ventajas. Tres ejemplos. Alemania, con un superávit de 58.012 millones de euros; Holanda, con 11.348 millones y Corea del Sur, con 31.469 millones. ¿Qué hacen estos países? Aumentar su gasto público. ¿En más pensiones y gasto social? ¡No! Invierten en infraestructuras y, sobre todo, en I+D, contribuyendo al impulso de la demanda y a su potencial de crecimiento. Recordemos que Corea del Sur es el país que en 2017 realizó un mayor esfuerzo en investigación y desarrollo, destinando el 4,22% de su PIB, con una cuantía de 52.493 millones de euros.

Un hándicap es que hay países, como España, que su deuda se encuentra en máximos históricos. La moderación fiscal se tiene que imponer. ¿Cómo? Pues controlando y aminorando la deuda y rebajando el déficit, eso sí, sin perjudicar a tres aspectos cruciales para la buena marcha del país: educación, salud y empleo. La calidad del gasto público marca la senda. Gasto productivo por encima de gasto dadivoso y ocioso, subsidiando todo lo habido y por haber, rebajando grasa política y administrativa. Y cada país tiene que saber detectar nuevas fuentes de crecimiento económico.

Una posibilidad que sugiere el FMI es la de reducir la corrupción y estimular nuevas inversiones en la gente. Eso equivale a más formación. En España, seguimos con esa especie de discriminación hacia la formación profesional y sufrimos las consecuencias de la sobretitulación. En la mayoría de países avanzados en que la tasa de paro es baja, como Suiza, República Checa, Alemania, Austria…, la formación profesional juega una baza fundamental. Menos titulitis y más experiencia y oficio…

La disyuntiva de las reformas estructurales para el crecimiento futuro se antoja primordial. La dura realidad se impone. Por más que se niegue, estamos ante un proceso imparable de destrucción de puestos de trabajo que se han ido desarrollando al compás de un modelo productivo y económico que está transformándose a pasos agigantados, drástica y radicalmente. Robotización, automatización, cambios demográficos, envejecimiento de la población, nuevos perfiles laborales insospechados hace apenas unos años. Y las clases medias, a peor, porque los puestos de trabajo que desempeñan son los más vulnerables ante el aluvión de cambios tecnológicos…

O actuamos ya o nos sumimos en un crecimiento mediocre que lleva a quedarnos rezagados. Por eso hay que hablar de reformas estructurales. Éste es el camino para aumentar la productividad y generar buenos beneficios para crecer económicamente. Si hay reformas de calado, los efectos son positivos y se contagian. El turismo, sí, ha sido un gran invento, pero también nos ha relajado en ímpetus creativos y en España falta capacidad para innovar. El espíritu empresarial, con frecuencia, queda abortado. El peso de nuestra industria manufacturera cada vez es menor en el PIB (12,66%). La burocracia nos acorrala y estrangula crecimientos empresariales, trabando el funcionamiento. Las cargas fiscales y sociales son un lastre… El futuro se escribe hoy…