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Carlos Herrera  

 

COPE

Mejor tres horas antes que un minuto tarde

Con ese consejo, que daba William Shakespeare en el acto II, escena II, de Las alegres comadres de Windsor, a modo de exhortación, concluía el otro día en Washington, su primer discurso la flamante directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, que estrenaba cargo, Kristalina Georgieva. Era una advertencia para todos los países. Porque será crisis o no será crisis lo que está germinando y se nos viene encima, pero lo indudable es que el FMI prevé serias complicaciones en la economía mundial, frenándose el crecimiento en 2019 a lo que será su tasa más baja en una década, con revisión bajista tanto en 2019 como en 2020. Las perspectivas son más bien sombrías. En cualquier caso, la dichosa guerra comercial desatada entre Estados Unidos y China supone un cruel impacto que lastrará a toda una generación a modo de epidemia por todo el orbe y castiga sin piedad al crecimiento del comercio mundial que se está paralizando. La magnitud de la hecatombe se cifra en el 0,8% del PIB mundial, lo que equivale a 700.000 millones de dólares, prácticamente el PIB de Suiza. Por eso es apremiante intervenir y actuar para evitar un descalabro de mayor o menor intensidad, aunque por acá, en España, nuestro gobierno minimice el enfriamiento.

Si en 2017, se producía la sincronización en el crecimiento económico mundial, con casi el 75% del mundo en aceleración, hoy es el 90% del mundo el que está en desaceleración. Y esto exige priorizar políticas económicas en pos de un crecimiento con vigor y resiliente. ¿Cómo?

Kristalina Georgieva plantea prioridades de política económica para conseguir frescura del crecimiento económico y su resiliencia (según el Diccionario de la RAE, “la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”).

Eso exige, ante todo, acertar con la política monetaria y mejorar la estabilidad financiera. Ergo, continuaremos con tipos de interés por los suelos porque la inflación es moderada y el crecimiento débil… Poco más se puede hacer con el dinero tan barato. Eso entraña riesgos. Por ejemplo, en fondos de pensiones y aseguradoras de vida que buscan rentabilidades más arriesgadas para obtener los rendimientos esperados. Y el dinero barato invita a endeudamientos elevados, con especial preocupación en la deuda empresarial, de la que el FMI estima que hay 19 billones de dólares bajo riesgo…

Las bajas tasas de interés incitan a los inversionistas a rastrear mayores rentabilidades en países emergentes. Y hacia allí vuelan los capitales. Otro trance, pues, para economías más reducidas que se exponen a que súbitamente se produzcan reversiones de flujos de capitales. En suma, se necesitan herramientas macroprudenciales cuando la política monetaria está extenuada, por lo que la política fiscal necesariamente tiene que entrar en juego y tiene que apuntar hacia otras alternativas… 

Cabe cuestionarse si es efectiva la política monetaria del Banco Central Europeo. Quizás, un interrogante que flota en el ambiente es si realmente son efectivas tantas medidas estimulantes de política monetaria por parte del BCE para reactivar la economía del Viejo Continente y, en particular, la de la zona euro. Obviamente, para la atiborrada deuda pública de una serie de países europeos, el intervencionismo del BCE constituye un bálsamo, pero a corto plazo… Está por ver lo que sucederá con el paso del tiempo porque algún día las tasas de interés tendrán que remontar posiciones… No pueden permanecer ad perpetuum a ras de suelo.

Hasta ahora, es indudable que las políticas de tipos de interés bajos, incluso negativos, están dañando a las entidades financieras, que constriñen sus rentabilidades y se ven forzadas a ajustar sus estructuras, y tales políticas no acaban de demostrar su efectividad reanimadora de una economía, la europea, que vaga como alma en pena y desorientada. Uno de los objetivos esenciales de la actual política monetaria del BCE es la de abaratar el coste del dinero, es decir, rebajar los créditos que se conceden a empresas y familias. Sin embargo, el quid de la cuestión es que la demanda de crédito por parte de hogares y empresas está en mínimos. De hecho, la financiación a los hogares en España (706.000 millones euros) está por debajo de 2016 (712.000 millones), al igual que la financiación a empresas que hoy asciende a 868.000 millones y en 2016 a 905.000 millones. Otrosí; familias y empresas optan, no solo por no endeudarse, sino por ahorrar. Éste es un claro síntoma de desconfianza en la situación económica, a guisa de prevención ante lo que pueda sobrevenir…