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Carlos Herrera  

 

COPE

La actualidad económica en 'Herrera en COPE' con el profesor Gay de Liébana.

Síntomas de alicaimiento

En España, cada septiembre, el ambiente se contagia de un regusto amargo cuando el Instituto Nacional de Estadística (INE) revisa el producto interior bruto (PIB) del año anterior y ajusta el de años precedentes. ¡Mazazo! Nuestra economía creció en 2018 por debajo de lo que en principio se estimaba: el 2,4% en vez del relativamente optimista 2,6% que se estimó inicialmente. Así, a bote pronto, el dato impacta porque confirma que la desaceleración es palpable. Esa inercia de 2018 influye en 2019, año en el que el panorama, por momentos, se va enturbiando. En síntesis, el menor crecimiento del PIB es debido a menos consumo de los hogares e igualmente de las Administraciones Públicas, paliado por el impulso inversor y un sector exterior en el que, ante las turbulencias que agitan al mundo, no desarrolla todo su vigor. Lo malo del asunto es que el PIB de 2018, que creíamos sumaba 1.208.248 millones de euros, se recorta a 1.202.193 millones. Esos 6.000 millones de euros de caída conllevan, a su vez, un pequeño baile de carambolas que golpean, aunque tímidamente, a nuestras cuentas públicas.

Así, el peso porcentual de la deuda pública sobre el PIB al cierre de 2018, con un saldo de 1.173.109 millones de euros, aumenta hasta el 97,58%, frente al pelado 97% que representaba sobre el anterior cálculo del PIB de 2018.

Por el frente del déficit público de 2018, que fue de 31.805 millones de euros, éste repunta al 2,64% sobre el PIB, con lo cual no estamos a tanta distancia del fatídico 3% que marca el protocolo de déficit excesivo.gn: center;"

En cuanto al montante de los pasivos en circulación de las Administraciones Públicas, para entendernos la deuda pública bruta del conjunto del Estado, que sumaba a 31 de diciembre de 2018 un montante de 1.654.850 millones de euros, crece en porcentaje sobre el PIB a prácticamente el 137%.

A esos efectos perniciosos, cabe agregar un dato que empeora la hasta ahora buena impresión sobre el empleo. Me refiero al número de puestos de trabajo de empleo equivalente a tiempo completo que se queda en 17,944 millones, por debajo de los 18,403 millones que previamente se calculaban. Este detalle pone de manifiesto que España al concluir 2018 estaba lejos de los 19,541 millones de empleos equivalentes a tiempo completo de 2008. Por el camino, se han perdido en España desde el estallido de la crisis hasta diciembre de 2018, en números redondos, 1.600.000 empleos a tiempo completo.

Estamos, pues, ante síntomas de alicaimiento, con un bajón de nuestra economía al terminar 2018 que se explica, entre otras cosas, por una serie de causas que durante 2019 persisten.

Si bien la demanda nacional en 2018 crecía un 1,9% respecto a 2017, en cambio, el gasto en consumo final de los hogares solo lo hizo al 1,8% frente al 2,3% que indicaban los primeros datos económicos. Del mismo modo, el gasto en consumo final de las Administraciones Públicas, a la hora de verdad, se contrajo limitándose al 1,9% versus el 2,1% anteriormente estimado.

La inversión, plasmada en la formación bruta de capital, creció en 2018 un 6,1%, por encima del dato inicial que era del 5,6%. La demanda externa, sin embargo, contribuyó en términos negativos a nuestro crecimiento en 2018, con esa pérdida de fuelle que indicábamos tanto en las exportaciones como en las importaciones.

Se perfilan, así, unos trazos que caracterizan el actual momento económico. Se erosiona la confianza. El sector exterior sufre y es rehén de la conflictividad internacional y geopolítica. La inversión – ésta de manera más acusada a lo largo de 2019 – y la demanda de bienes duraderos se modera y las empresas y los hogares están postergando el gasto a largo plazo. El agravante, ante esta situación, es que algunos gobiernos, como el español, están capitidisminuidos para inyectar incentivos económicos, por culpa de los desajustes de las cuentas públicas.